El mes pasado se cumplieron 60 años desde que el Dalai Lama (83) huyó del Tíbet para exiliarse en la India, después de una fallida revuelta tras la llegada de las tropas chinas al Tíbet que provocó que miles de personas huyeran a través de la frontera.

Desde entonces, el Dalai Lama, quien es venerado como un dios viviente por millones de budistas tibetanos, ha hecho de la India su hogar. La India oficialmente lo llama “(nuestro) invitado más estimado y honrado”.

Desde su base en la India, el Dalai Lama viajó por el mundo, lo que lo ha hecho un ícono, tanto cultural como religioso. El año pasado, sin embargo, decidió reducir su apretada agenda, citando la edad y el agotamiento.

No está claro quién lo sucederá cuando muera, cómo se elegirá a esa persona o si habrá otro Dalai Lama.

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Tradicionalmente, el título se otorga al líder de más alto rango en el budismo tibetano. Se otorga a aquellos que se consideran la reencarnación de un linaje de venerados maestros religiosos.

Cuestionado en una entrevista reciente sobre lo que podría suceder después de su muerte, el Dalai Lama anticipó un posible intento de Beijing de imponer un sucesor a los budistas tibetanos.

“En el (futuro), en caso de que vean venir dos Dalai Lamas, uno de aquí, en un país libre, otro elegido por los chinos, nadie confiará, nadie lo respetará (al elegido por China)”, dijo. “Eso es un problema adicional para los chinos. Es posible, puede suceder”.

El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Geng Shuang, dijo en marzo que “la reencarnación de los budas vivientes, incluido el Dalai Lama, debe cumplir con las leyes y regulaciones chinas y seguir los rituales religiosos y las convenciones históricas”.

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