Por Fernando Paulsen
{"multiple":false,"video":{"key":"yhcXZdR8Qg2","duration":"00:01:49","type":"video","download":""}}

¿Qué cosa hace que algo merezca conmemorarse cada año o cada década?

¿Una ruptura violenta y brutal de la democracia? Sin duda. Habrán algunos -cada vez menos- que celebren y echen de menos días como ese, y otros -cada vez más- que recuerden, lamenten y aprendan las lecciones de la historia.

En el calendario, entre el 11 de septiembre y el 5 de octubre hay 23 días de diferencia.

Y en la historia reciente chilena, entre esos 23 días pasaron 16 años de la historia de Chile, desde el golpe de Estado de 1973 y el plebiscito que recuperó la democracia en 1988. Las conmemoraciones todavía son enormemente más recordadas por la primera fecha antes que por la segunda.

Y esa segunda fecha, que acaba de pasar, habla de la calidad ciudadana de los chilenos como ninguna cueca, ningún premio Nobel, ninguna hazaña deportiva.

Ese día, sin ninguna garantía, llenos de temores y usando sólo el recurso disponible de un voto, los chilenos transformaron en el lapso de un año a una dictadura en una democracia.

¿Hemos cambiado tanto como para mirar los desafíos constitucionales de hoy con los ojos del miedo, del desprecio contra el que piensa distinto y la imposibilidad de repetir la historia virtuosa que nos une, antes que la que nos separa?

Cuando la historia nos recuerda tiempos de horrores, el recuerdo se hace en silencio. Cuando lo que nos recuerda es solidaridad, compañía y esperanza, debiera existir el deseo de repetir esa sensación de grandeza que tuvimos hace 35 años, sea cuando elijamos democráticamente en las urnas un gobierno del color que sea, sea para darnos una constitución que no derrote al pueblo, sino lo haga sentirse orgulloso de tenerla.

Esa conmemoración podría juntarnos como es imposible que lo haga la historia pasada. Solo lo puede hacer la historia que viene.

Tags:

Deja tu comentario