Por Fernando Paulsen
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¿Cuándo se nota que el ambiente está lo suficientemente crispado, como para temer divisiones y altercados de marca mayor?

Bueno, una manera de darse cuenta es cuando pasa algo lamentable, que escala rápidamente y se convierte en un ataque verbal mayor contra la máxima autoridad disponible.

Tomemos el caso del bochornoso suceso ocurrido en los Panamericanos, cuando una atleta peruana gana la marcha femenina con récord mundial, para darse cuenta minutos después que la medición del recorrido estaba equivocada y su récord no valía. Un hecho sin duda bochornoso, que -automáticamente- coloca al país organizador en el ojo del huracán. Y, por cierto, debe estarlo mientras se investiga el hecho. Pero cuando se descubre que es otra la institución encargada de medir distancias de carreras, llamada World Athletics, la que define los recorridos y las distancias; en vez de apuntar a ella, surge una tendencia a culpar al organismo olímpico nacional y al gobierno de turno, porque los Panamericanos se hacen durante su mandato.

Y resulta que el problema no es inédito ni el más grave. En el año 2015 se reveló que esta organización, durante 11 años, había tenido resultados en diversos certámenes mundiales, donde atletas que tenían resultados sospechosos de doping ganaron casi un tercio de las medallas en competencias mundiales y olímpicas. Su director de entonces fue, más tarde, acusado de corrupción y su máximo auspiciador, Adidas, le quitó a World Athletics su patrocinio.

No digo que esto exonera al país anfitrión de preocuparse más de detalles relevantes, aunque no sea su obligación, como confirmar la distancia de la marcha femenina. Digo que en un certamen internacional, con estrictas reglas supervisadas por entidades externas, el margen de error parte por la organización internacional.

Y vaya que había antecedentes para vigilar sus mediciones.

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