Por Paula Escobar
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Esta semana se informó de la “Multa por hijo” que existen en Chile.

Es decir, que los ingresos laborales de las mujeres tras la maternidad cayeron un 35% en el sector privado y un 20% en el sector público, consignó el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) en un informe elaborado por los académicos Dante Contreras, Pablo Muñoz y Cristóbal Otero.

Lea bien: De cada 100 mil pesos ganados, 35 se le recortan a la mujer que es madre si trabaja en una empresa, y 20 mil si trabaja en el sector privado, en razón de ser madre.

Debiera llamar a escándalo, pero no lo fue, y de hecho, aparte de una portada destacada de La Tercera y algunos otros medios. No ha creado una ola de desconcierto y de espanto.

Cuando hay agrias discusiones sobre los impuestos y su justicia, llama la atención que este verdadero impuesto por hijo no produzca remezón.

En primer lugar, porque no debiera existir discriminación alguna porque alguien tenga hijos. Al revés, debería haber incentivos y rebajas tributarias, como en países desarrollados. Una sociedad pro familia así debería funcionar.

Además, la tasa de natalidad de 1,3 hijos por mujeres nos llevará a una sociedad de ancianos, donde no habrá Estado capaz de solventar sus gastos de pensiones y salud.

En segundo lugar, es llamativo que las cifras muestren que la “multa por hijo” sea significativamente mayor en el sector privado que en el público en Chile. ¿Qué pasa con las empresas? Esto debiera llamarnos a reflexión y por supuesto a los gremios empresariales, que hasta no se han pronunciado.

Por último, esto es especialmente escandaloso, pues revela que tener hijos es multado cuando se es mujer, no cuando es hombre. La paternidad no se castiga, es la maternidad la que recibe castigo.

Y estamos en el siglo 21.

 

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