Por Mónica Rincón
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Con un guion casi calcado al que escribió Donal Trump, Jair Bolsonaro lleva meses escribiendo una trama de crisis institucionales que amenazaban la democracia brasileña. Lleva meses tratando de sembrar dudas sobre la confiabilidad del sistema electoral, y ha desafiado al Tribunal Supremo, además ha atacado a la prensa y desinformado, a nivel, por ejemplo, de afirmar que la vacuna de COVID puede provocar VIH.

Su antagonista, Lula está de vuelta, y el momento político no puede ser más complejo. Crisis económica, inflación, hambre, desempleo de 14 millones de personas, y más de medio millón de muertes por la pandemia.

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Ahora se suma una decisión del Senado: que él y cerca de 80 personas son culpables de crímenes en el manejo de la pandemia, y en el caso de Bolsonaro de crímenes de lesa humanidad.

El 12,4% de los muertos por COVID son brasileños, aunque este país solo tiene el 2,7% de la población mundial.

Los senadores aseguran que, con una gestión responsable, 120 mil vidas pudieron salvarse y disminuir en 40% en número de contagiados.

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Ahora, el gobierno de Bolsonaro planea no respetar el techo de gasto, y muchos parlamentarios parecen seducidos con la idea, a pesar de la alta inflación.

Son días en que este país se polariza aún más, que ya no hay solo partidarios, sino seguidores. Donde muchos no tienen adversarios, sino que enemigos políticos.

Son días difíciles en Brasil, con un presidente que, cómo alguien escribió, no sabe gobernar sin enemigos.

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