Por Mónica Rincón
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“Nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Aquella frase icónica del proceso de negociación entre las FARC y el gobierno de Colombia, se puede aplicar en todo tiempo y lugar.

Funciona ahora, desde el viernes en México, en un nuevo intento de diálogo entre el régimen de Nicolás Maduro y las oposiciones de Venezuela. Porque ya cargan con fracasos a cuesta, porque la desconfianza abunda y porque en toda negociación compleja los obstáculos son múltiples y persisten hasta último momento.

Dos años después del último intento fallido, vienen nuevas tratativas. ¿Podría funcionar? Imposible predecir. Es más posible pensar: ¿por qué ahora? Porque el régimen necesita que le levanten las sanciones que agudizan la crisis económica y social y porque la oposición sabe que debe salir de la irrelevancia. Porque vienen elecciones en noviembre y, tal vez, el 2022 un referéndum revocatorio.

Aún frente a una dictadura, una intervención armada extranjera o un golpe de Estado serían pésimas noticias. Porque es una dictadura la de Maduro que sin vía electoral el camino será el desgaste sufriente de los venezolanos o un derramamiento de sangre.

La eternamente dividida oposición o, más bien, las oposiciones, tienen una responsabilidad histórica de unirse y de ser efectivos. El régimen tiene deberes morales: parar las violaciones a los DD.HH., abrir una vía electoral limpia y no de cartón, terminar con el sufrimiento de un pueblo que se agudiza con las sanciones internacionales.

No funcionó el diálogo en Barbados, ni en República Dominicana, ni cuando el Vaticano trató de mediar. Unos y otros no tienen derecho a volver a fracasar.

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