Por Mónica Rincón
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La corrupción no es un artefacto marca ACME que se le echa una gota de agua (en este caso el abono sería el dinero) y aparece en cuestión de segundos.

Hoy el país se escandaliza, con razón y por suerte, que aún se escandaliza, por casos como el de Hermosilla o el Convenios. Pero por acción u omisión se ha abonado el terreno para que ocurran.

Es increíble que hasta hoy se celebre el acuerdo Lagos/Longueira que sí, implicó una reforma del Estado; pero que dejó en la impunidad los sobresueldos al acordarse que el SII miraría para el lado porque fajos de billetes (tal vez porque estaban en sobres) no debían tributarse.

O la amnesia selectiva de aplaudir la Comisión Engel, pero no indignarse del freno a las querellas del SII digitado desde la Moneda con el silencio cómplice de todos los involucrados en Penta SQM y más de los que nunca sabremos.

Hubo poca severidad de los gremios empresariales, cartas a los diarios por los compañeros de colegios, ofrecimientos de testificar en su favor.

Modificar (y hasta por ahí) pero no castigar o sólo a unos pocos. Y con castigos para la risa la mayoría. Que rasque donde no pica.

Hoy medidas contra el crimen organizado, pero poca reflexión de qué es lo que está pudriendo ese crimen para poder avanzar. 2+2 que tiene que ir corrompiendo instituciones y personas.

Mientras especial preocupación por el caso del abogado Hermosilla que se entiende, porque cuando la corrupción toca a integrantes del sistema judicial es que estamos muy mal. Porque si la justicia deja de ser el último refugio de los ciudadanos, ya quién podrá defendernos.

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