Por Mónica Rincón
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En un segundo juicio, Martín Pradenas fue nuevamente condenado. El anterior no había sido anulado porque las pruebas fueran falsas, los testigos poco coherentes nada de eso. Fue por el cuestionamiento a un juez y su uso de redes sociales.

Pero este proceso es indiscutible, tanto que el propio Pradenas agradeció porque se había sentido bien tratado. El fallo es categórico, culpable de dos violaciones, un abuso sexual a una menor de 14 años y cuatro abusos sexuales a mayores de 14 años.

A pesar de que destruyeron evidencias valiosas, por ejemplo, desde el celular de Pradenas. A pesar de que sus amigos se coordinaron para atestiguar, de lo cual se jactaban: “La media declaración que me voy a mandar, de aquí a la fama” decía una joven.

Aún así hubo justicia y sí con enfoque de género. ¿Por qué requiere ese apellido? Porque la justicia ordinaria está cargada de los sesgos machistas. Fue tan obvio en el juicio contra Pradenas. Un solo ejemplo: una siquiatra se permitió afirmar que las mujeres nos emborrachamos para lograr mejor sexo y que Antonia por eso había planificado tomar mucho. O sea, no era responsabilidad de Pradenas tener relaciones sexuales con alguien que no estaba en condiciones de consentir -y es más, que él mismo admite que aún en ese estado le dijo que no- sino que era culpa de ella.

Como sostiene en su libro la jueza Carola Rivas, justicia de género no es ver para creer -porque de estos hechos rara vez hay terceros de testigos directos- pero tampoco creer sin ver. Es aprender a mirar con otros ojos. Unos que vean las pruebas en vez de mirar a las mujeres culpándonos por el solo hecho de serlo.

Gracias Antonia, porque tu testimonio te sobrevivió, dará fuerza a muchas víctimas y evitará que algunas lleguen a serlo.

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