Por Mónica Rincón
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Si 750 mil norteamericanos hubieran huido a Canadá escapando de un genocidio, la noticia sería la principal en todos los noticieros.

Eso pasó con la etnia musulmana rohinyás en 2017 en Myanmar. Continúa y pocos se han enterado.

El golpe de Estado en ese país del sudeste asiático sí ha llamado la atención de la comunidad internacional que lo rechazó.

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Como siempre en el ajedrez mundial, aquí hay dos reinas que se enfrentan: China e India, ligados por historia e interés a la ex Birmania, que es el tablero donde por décadas los militares han ejercido un poder ilegítimo, primero en dictadura, luego, ¿les suena familiar? tutelando una pseudo democracia y ahora con el control total.

Hay también, ya que estamos hablando de juegos de mesa, una dama. La dama, así apodaron a Aung San Suu Kyi, que ha pasado de premio Nobel de la Paz a decepción para muchos, porque, entre otras cosas, durante el gobierno que lideró, en la práctica, fue cómplice de las matanzas de los militares a los rohinyás, que negó incluso ante la Corte Internacional de Justicia.

En lo que ha sido una compleja relación desde que Suu Kyi arrasó en las elecciones de noviembre, a lo Trump, los militares comenzaron a denunciar sin pruebas un fraude, hasta que con esa excusa dieron un golpe de Estado.

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Pero Myanmar nos debió importar mucho antes, porque como alguien dijo, una vez que se pronuncia la palabra genocidio, el mundo no puede permanecer impasible. 

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