Por Mónica Rincón
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María, Sandra, Laura. El día en que celebramos 70 años del derecho universal a sufragio femenino en Chile es también motivo de tristeza. Porque a una semana de iniciado el 2019, ya hay tres víctimas de femicidio: María, Sandra y Laura.

Hace tan poco que tenemos derecho a voto y hay tanto que todavía no cambia. Aún somos, como decían Los Prisioneros, ciudadanas de segunda clase a las que se nos mata porque hay hombres que nos menosprecian y nos creen de su propiedad.

Porque hay una cultura que termina desvalorizando a las mujeres y así algunos creen que pueden violentarlas. Mientras, el sistema penal y de seguridad (o de inseguridad), no da el ancho para protegerlas.

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A María Barría la asesinó su esposo después de 20 años violencia, después de sus denuncias en el Servicio de la Mujer que se negaba ratificar en Fiscalía.

Para Sandra Pozo, el principal sospechoso es su esposo que se autodenunció, molesto porque ella buscó trabajo fuera de casa y sólo su hija fue capaz de ir a una comisaría.

De Laura se cree que fue lanzada escaleras abajo por su conviviente que luego se suicidó.

Son los casos más extremos de una violencia que sobre todo, quienes menos tienen, sufren a diario. Porque es violento que el trabajo doméstico no se divida por igual y hasta no se divida. Que se les pague menos, se las destaque menos, que se les dé menos posibilidades en las esferas de verdadero poder.

Pasa en Chile y en el extranjero, donde también se nos obliga a ciertos roles y a ciertas vestimentas incluso. En Brasil, por ejemplo, donde la ministra de Educación dice que las mujeres se visten de rosado y los hombres de celeste.

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Y aquí como en otros países, a quienes tratan de cambiar las cosas se las trata de exageradas. Se las cataloga de “mujeres solteras, sin mayores problemas económicos”. Otros alegan diciendo “las sufragistas sí que se preocupaban de cosas importantes como el voto, las de hoy le ponen color”.

Hoy las ponen de ejemplo, porque la conquista ya está hecha. Pero a quienes lucharon por el voto también fueron descalificadas en su momento. Por la prensa las llamaban “solteronas, señoronas feas, audaces asaltantes y fanáticas”.

Así es que no se asombren, pero tampoco se acostumbren ni a la violencia de la descalificación ni a la que un día podría incluso costarles la vida. Como en este año ya le costó a María, a Sandra y a Laura.

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