Por Fernando Paulsen
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Está ultra comprobado que hay emociones que son muy contagiosas. La risa puede contagiar a varias personas al mismo tiempo, lo mismo que la pena por la muerte de un ser querido.

El miedo, ya lo hemos dicho antes, tiene tal calidad de contagio, que es la emoción últimamente más escogida para elecciones o decisiones ciudadanas, donde la percepción de daño futuro -promovida por algún candidato- se ha hecho a veces mucho más efectivo, que discrepar del adversario. En vez de discrepar, la tendencia es a calificarlo como enemigo, alguien que trae solo el mal al país.

Cuando el mundo gira en torno a emociones que provocan miedo, es difícil guarecerse en un territorio. Si resulta la campaña en otro país, se multiplican los discursos de miedo y rabia entre candidatos por todos lados, porque entienden lo que demostró un estudio de las universidades de Oklahoma y de Texas, en Estados Unidos, donde individuos que no se conocían, pero ambos despreciaban a la misma persona, terminaban generando un vínculo estrecho, más fácil de mantener en acciones conjuntas más adelante.

La emociones que se conectan prueban que uno no estaba estaba solo y estaba en lo cierto. Sea odio o amor. Solo que el odio es, desgraciadamente, mucho más contagioso que la empatía y el amor. Y si parece que el COVID-19 se superó, aparentemente el COVID-20, que ya está al asecho, tiene cara de discursos de odio por todos lados.

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