Por Jorge Navarrete
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Las democracias representativas crujen en el mundo a resultas de la menor legitimidad institucional y la confianza de las personas.

Y aunque no son los únicos responsables, los políticos profesionales han hecho lo suyo contribuyendo ahondar esta crisis y permitiendo que populismos de distinto color político tomen la conducción de los gobiernos generando tantos dramas en países y sus habitantes.

El populismo no es solamente el proveer soluciones aparentemente sencillas a problemas complejos, detrás del discurso populista subyace la idea que frente a la virtud ciudadana tenemos un conjunto de dirigentes corruptos, holgazanes e ineficientes.

Chile no es la excepción. El estallido social y muchas encuestas muestran que esta brecha se ha agrandado. Las personas perciben a la clase política como una suerte de tribu más preocupada de sus privilegios y prebendas que de servir a Chile.

Y en este momento de fragilidad política, institucional y económica, tenemos una ventana de oportunidad para corregir y generar un punto de inflexión. Es necesario los acuerdos para resolver los problemas urgentes de las personas en materia de pensiones, salud, educación y otras.

Es urgente recuperar la esperanza de la política como una actividad capaz de transformar la vida de las personas, especialmente de las que viven en una situación objetivamente injusta.

Por último, y sobre todo, es necesario volver a tratar de cumplir la promesa más básica de una democracia que no es otra que representar los intereses de todos los ciudadanos de manera equitativa y no solamente de algunos.

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