Por Fernando Paulsen
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Sebastián Piñera Echeñique no era alguien que jugara siempre a la segura. Corría riesgos como empresario, como político, como persona interesada en desafiar las pruebas deportivas extremas que ofrecía este mundo.

Creó empresas y le fue muy bien. Buscó en la política y llego a ser senador, presidente de partido y dos veces presidente de Chile. Convirtiéndose en el primer presidente de centroderecha en volver a conquistar democráticamente la voluntad mayoritaria de los chilenos, para gobernar el país, después de la dictadura, tras tres presidentes seguidos de centro e izquierda.

Piñera le devolvió a sus votantes la idea de que la democracia podía poner a un mandatario de su sector en La Moneda.

Así como Ricardo Lagos fue un símbolo de que el socialismo podía volver a gobernar en esta nueva democracia, si el pueblo lo quería, Sebastián Piñera fue un símbolo para la derecha de que la democracia podía elegir a una figura de ese sector como primer mandatario, sin necesitar pensar en vías no democráticas para hacerlo. En ese sentido, tanto el presidente Lagos como el presidente Piñera, consolidaron —por lo que representaban— la visión de una nueva y sólida democracia para Chile.

El escritor irlandés Jonathan Swift acuñó un deseo que cae parado para Sebastián Piñera: “Ojalá vivas todos los días de tu vida”. Y en eso, el expresidente Piñera no escatimó momento alguno.

Enamorado de su familia, y teniendo los medios para hacerlo, incursionó en todo lo que le palpitaba, desde clubes de fútbol, comprar canales de televisión, dominar el escenario financiero, ser activo en la defensa de la naturaleza, y ser un referente de su sector en el mundo político.

Porque quiso y porque podía, Sebastián Piñera vivió a concho cada día de su vida.

Incluso cuando esos días lo ponían en serio entrevero con su sector, como cuando dijo haber votado que no en el plebiscito de 1988, cuando impulsó la ley de matrimonio igualitario, cuando cerró el Penal Cordillera, cuando se rehusó no una, sino varias veces a sacar los militares a la calle por el estallido social, buscando una salida política a un problema político.

Por cierto, el presidente Piñera no era santo ni buscaba serlo. Usó los medios que el Estado le dio, pero no dispuso nunca esos medios contra la democracia.

No fui su amigo, fue mi jefe. Pero conversamos mucho de miles de cosas y, salvo en su status presidencial, jamás recuerdo que se haya negado a una entrevista por hechos que lo involucraban.

Sebastián Piñera Echeñique, un hombre que vivió todos los días de su vida.

Descansa en paz.

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