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Hay veces que ciertas verdades merecen ser expuestas, porque mantenerlas bajo el colchón causan más daño que hablar abiertamente de ellas.

Codelco tiene hoy cerca de $18 mil millones de dólares de deuda. Como es de todos los chilenos, cada uno de los habitantes de Chile debe, teóricamente, $1.000 dólares por la situación de la máxima empresa de cobre del mundo.

¿Cómo se llegó a esto? Porque Codelco es un cliente ideal para prestarle plata, y si se necesita para ampliaciones, transformaciones estructurales o porque sus utilidades se usan para financiar buena parte de la marcha del país, nadie en el mundo le dice que no cuando Codelco pide plata.

Con baja producción, como está Codelco hoy; con un altísimo endeudamiento, que cada gobierno aumenta cuando necesita financiar su programa; con problemas objetivos en sus proyectos estructurales, de las mismas faenas mineras, y ad portas de un Consejo Constitucional dominado por personas que dudan de las capacidades del Estado a la hora de generar riqueza, ¿cuánto falta para colocar todas estas cifras sobre la mesa y que salte la pregunta de fondo?: ¿No será mejor vender bien Codelco o asociarse con un privado enorme, antes que derive a la irrelevancia o la insolvencia?

Está la legítima oportunidad constitucional, unida al desangre feroz de una deuda gigantesca, junto a una producción en caída y una voluntad ciudadana que premió la mirada más conservadora y económicamente sospechosa del Estado.

Que no se diga que no la vieron venir, porque la ceguera voluntaria -en el caso de Codelco- es complicidad con la posibilidad de perder lo que es y se siente que ha sido de todos los chilenos.

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