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Jorge Baradit ha hecho una comparación entre la expresidenta de la Convención Constitucional y la nueva presidenta del Consejo Constitucional, sobre la base del acceso que cada cual tuvo a educación, privilegios de clase e historia familiar.

Es cierto, son dos personas que provienen de sectores opuestos en la estructura social chilena. Pero un método, la democracia, las ubicó en el mismo cargo y con la misma misión: redactar una nueva Constitución que sea aceptada por la mayoría de los chilenos.

Y este es el punto clave a mi entender: no si se proviene de la pobreza o de la riqueza. Si no, si lo que encabezan se transforma o no en la nueva Constitución del país. Ambas fueron electas para lo mismo: liderar un cambio constitucional. Una ya fracasó en ello.

Si la nueva presidenta del Consejo fracasara por decisión de la mayoría, no se vuelve a la Constitución de 1980, aunque haya algunos que así lo creen y quieren. Se vuelve al páramo de la incertidumbre, que es lo peor en una democracia.

Porque es el momento en que se incuban las ideas absolutas, en la convicción errada de que el tiempo de la democracia pasó, y solo cabe escoger bando. La historia no tiene miramientos a la hora de dar veredicto sobre fracasos: juzga igual al que viene de la pobreza que al que viene de la riqueza.

Y salvo que la nueva presidenta crea que hay que boicotear el texto para que no exista nueva Constitución, lo que sería equivalente a traicionar su misión, su labor es idéntica a la de la anterior presidenta: lograr que por mayoría democrática tengamos nueva Constitución.

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