Por Fernando Paulsen
{"multiple":false,"video":{"key":"cz2N42pwnnI","duration":"00:02:23","type":"video","download":""}}

No es primera vez que hablo de esto. Confiar, es creer en alguien distinto a uno mismo. El niño cree en su mamá y en su papá. El devoto cree en Dios. El votante cree en su candidato. El hincha cree en su equipo.

La confianza es subjetiva. Es de uno. Y uno la deposita donde uno cree. No existe otro símbolo más potente de la libertad de consciencia, que la libertad de depositar mi confianza en lo que creo y en quienes creo. En las ideas que me representan y en las personas que confío encarnan esas ideas en su actuar público.

Cada cuatro años, en Chile, realizamos el más grande acto de transferencia de confianza que tiene una democracia. En las elecciones presidenciales, parlamentarias y municipales escogemos a quienes nos van a representar en la confección de nuestro bien común. No hay un momento más sagrado en la civilidad que este. Bien mirado, como debiera ser, nos despojamos de un tesoro incalculable -nuestra confianza- y la depositamos en otros, para que actúen a nombre nuestro.

Para imaginar lo preciado de ese activo humano, la confianza, recuerden la última vez que alguien cercano a ustedes la traicionó. En una infidelidad dolorosa; en el robo que acabas de descubrir de tu socio en la empresa; en el sacerdote que creías te acercaba a Dios y que hoy enfrenta el juicio de abuso de menores; en el político que te llenó de sueños hasta que te diste cuenta de que solo jugaba contigo para su beneficio.

A veces uno aquilata la magnitud de la confianza, de la importancia de creer en otros, cuando esa confianza se pierde. Porque la violación de la confianza inicia un proceso inmediato que genera uno de los sentimientos más dañinos de la convivencia humana: la sospecha, la desconfianza, la paranoia sobre las intenciones de los otros.

Vivir desconfiando disminuye la experiencia de apreciar la existencia. Se vuelve uno mezquino, receloso del prójimo, vengativo, encerrado en pensamientos propios, sin interlocutores que los desafíen y enriquezcan. Y atentos a creer como nunca en aquel que comparte tu resentimiento, sin necesidad de que tenga que probar lo que dice. Quedan unidos por la confianza perdida.

Crear y recuperar confianza no es fácil, pero es imperativo. Y para la democracia representativa, para que siga siendo representativa, es su principal objetivo.

Tags:

Deja tu comentario