Por Daniel Matamala
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Publicado por CNN

Argentina llora otra vez por una crisis. El país que a fines del siglo 19 llegó a ser el más rico del mundo, con un PIB per cápita superior a Estados Unidos, Alemania y Suiza, ve aparecer de nuevo el fantasma.

El drama argentino adopta muchas formas: inflación y políticas de shock; devaluación y recesión; corridas bancarias y corralitos. Pero un elemento es común: un Estado que gasta lo que no tiene. En 100 de los últimos 117 años Argentina ha tenido déficit fiscal. Dictadores, peronistas, radicales, conservadores, todos se han acostumbrado a vivir más allá de la realidad.

Es un problema tanto político como cultural. En lo político, los presidentes tienen poco poder para cuadrar la caja fiscal, presionados por parlamentarios que viven del clientelismo y gobernadores provinciales que dilapidan por su cuenta. Una espesa estructura de punteros y ñoquis drena al Estado, desviando ese dinero a los caciques locales que dominan la política.

Y la corrupción dura, como demuestra el escándalo de los cuadernos K, entre tantos otros casos, distorsiona los mercados al premiar a los mejor conectados y a los más inescrupulosos, y sacar del juego a los capaces y a los probos.

En ese panorama, Macri asumió con un objetivo mínimo: sobrevivir. Parece increíble, pero desde la irrupción de Perón nunca un presidente que no sea peronista ha podido completar sus mandatos: golpes y revueltas sacaron del poder a Frondizi, Ilia, Alfonsín y De la Rúa. Macri va mejor encaminado, pero el costo ha sido evadir medidas necesarias e intentar un frágil balance entre controlar del descontento social y el equlibrio fiscal en medio de una fuerte inflación y, ahora, devaluación.

Una operación de equilibrismo que parece haber fracasado. Y que deja a Argentina de nuevo en la cuerda floja.

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