El gobierno presentó hoy su proyecto “Aula Segura”, para facilitar la expulsión de estudiantes involucrados en actos de violencia como los que han sacudido en el último tiempo a liceos emblemáticos.
Hace bien el gobierno en preocuparse de este tema, porque más allá de los méritos del proyecto y del necesario balance entre el drástico rechazo a la violencia y el debido proceso a los acusados, la reflexión es sobre un proceso que ocurre hace varios años frente a nuestros ojos: la progresiva decadencia de colegios que han cumplido un rol fundamental para Chile.
El nuestro es un país profundamente desigual, con una élite endogámica, concentrada en un puñado de familias y colegios, básicamente del sector oriente de Santiago. Colegios como el Instituto Nacional, el Liceo de Aplicación o el Javiera Carrera han tenido un rol fundamental en entregar al menos algo de diversidad a esa élite.
Han sido una pequeña escalera de meritocracia para oxigenar una jerarquía asfixiantemente cerrada. Es cierto que esa escalera es estrecha y del todo insuficiente, pero es mejor que nada, y desmontarla es un lujo que no podamos darnos como país.
Llegar a un liceo de excelencia es una esperanza que ha nutrido el esfuerzo de muchos niños y muchas familias en Chile. Cerrar esa pequeña ventana, como de alguna manera está ocurriendo debido a la violencia, es quitarle la esperanza de un futuro mejor a muchos de los más talentosos y los más esforzados, que no tuvieron la suerte de nacer en cuna de oro.
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