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Eduardo Barril, icónico actor, director y dramaturgo chileno, compartió con CNN Magazine parte de los aprendizajes que ha acumulado a los 82 años. En las tablas y también en la vida.

Calificarlo como leyenda no es una exageración, sino un hecho que su propia trayectoria respalda. A lo largo de diferentes décadas, este puertomontino ha transitado por todas las expresiones del arte escénico. Y su participación -siempre destacada- en diversas fotonovelas, películas, obras de teatro y teleseries lo ha convertido en una pieza esencial del espectáculo nacional.

Su amor por la actuación enciende en él un fuego que jamás se apaga. Más bien, forma parte de su esencia. La llama no cesó en la juventud, época en la que le mintió a su padre para entrar a estudiar teatro; y menos lo hace en 2024, cuando ni siquiera la edad representa un obstáculo para privarlo de los escenarios y de Historia de amor de un alma vieja, junto a Luz Jiménez.

—Estamos hablando de 82 años y arriba de los escenarios actuando. ¿Qué significa esta posibilidad?

—Increíble. Y además que cada día es empezar de nuevo. Con las experiencias que uno va teniendo a lo largo de tantos años, todo lo demás, pero cada vez es un desafío nuevo. Despierta nuevas cosas en uno siempre.

—¿Y qué despierta en los años 80, versus los 60 o los 40?

—Uf. Comparación, primero. Comparación con este mundo, con el otro mundo, con el mundo de más atrás. Entonces uno puede tener una idea más de comprensión general de lo que está pasando. Las cosas pasan por algo, ¿cierto? Es como una obra de teatro: es posición, nudo, desenlace. En todo en la vida. En el amor, en la guerra, en todo. Es posición, nudo, desenlace. La cosa clásica de la construcción de las obras de teatro.

Mentir para estudiar teatro

Estudió en el colegio San Francisco Javier, de Puerto Montt. Privado y de enseñanza católica. “Fue muy bonito, porque todas mis primeras cosas con respecto al teatro fueron a través de la misa. Fíjate que todo sirve para algo, uno nunca sabe”, reflexiona con una sonrisa. “A lo mejor no me sirvió para irme al cielo, pero sí me sirvió para esto. Y esto, para mí, es el cielo”.

En 1958, siendo todavía escolar, llegó a la capital para participar de las clases de teatro dictadas por la Escuela de Verano de la Universidad de Chile. Durante esas tres semanas, conoció a Víctor Jara y otros “grandes maestros”, como los describe: Pedro Orthous, Pedro Mortheiru, Agustín SiréPedro de la Barra.

Por aquel entonces, recuerda haber pensado: “Puchacai, este el caldo de cultivo del teatro de la Universidad de Chile. El mejor teatro en ese tiempo. Y entonces, dije: aquí quiero estudiar”.

—Y tuviste que mentirle a tu padre, porque le dijiste que estabas estudiando periodismo…

Sí, fue una mentira piadosa.

—¿Y qué pasó ahí?

Cuando yo le dije a mis papás que quería estudiar teatro, mi papá dijo: ‘No, te vas a morir de hambre. Entonces estudia algo serio’. ¿Qué más serio que el teatro?, pensé yo. Pero para qué le iba a discutir a mi viejo. Así que dije: Okay, vale, me la juego. Voy a estudiar periodismo. Y llego acá y me inscribí en periodismo, (porque) había quedado. Y después me inscribí también en la escuela de teatro

—Te inscribiste en las dos carreras en forma simultánea

Sí, simultánea.

—¿Y estudiaste las dos cosas?

No. Creo que fui a una semana a periodismo y después, ya escogí entre la balanza de la cosas y tal. Me quedé con teatro definitivamente.

La época dorada de las teleseries

Barril recuerda el ayer de las teleseries con nostalgia, y mantiene una perspectiva crítica -y guiada por la experiencia-, en torno al modo actual de llevar el drama a la televisión.

Había buenos textos. Había escenas largas donde uno podía desarrollar. De repente uno ve… Sin ánimo de pelar ni mucho menos, pero yo he tenido acceso a guiones de ahora y las escenas de (Arturo) Moya Grau duraban ocho o doce páginas. 14 páginas, a veces, una escena. Y actualmente, en las teleseries, en algunos momentos uno ve tres escenas en una página”, explica.

Pero también tiene en cuenta la transmutación propia de los ciclos y épocas. “Sé que los tiempos son distintos, que corresponden a una velocidad distinta. Que los autos andan a 150, a 180 kilómetros por hora y antes no, andaban más lentito. Que uno tenía una vida distinta, que uno veía las teleseries a la hora de la once, la familia entera. Otro ritmo, otro espacio, otro tiempo. Ahora es todo más acelerado, más individualista“, dice.

Aunque sabe que hay excepciones. “De repente sucede y ha pasado, que una teleserie dura cuatro años… vuelta de no sé qué, qué inventamos. Ah, enganchó (…). Y se dejan llevar por los numeritos que les dan a través de las cosas y vamos dándole la espalda al género, encuentro yo. Vamos dándole la espalda a lo que está sucediendo”.

El problema de no ponerse de acuerdo

—¿Cómo lo haces tú?  ¿Qué lees? ¿Qué escuchas? ¿Cómo te nutres, también, de esas pasiones? 

De todo. De los clásicos, a veces. De la gente. Me gusta mucho hablar con la gente, conversar con la gente y estar al tanto de lo que sucede. Tratar uno de leer sus propios cuentos, que no le cuenten cuentos. Tratar uno de ver las historias, que no le cuenten las historias. Ser un participante activo.

 —¿Y qué temas son los que te convocan, los que te invitan a participar?

 —El no ponerse de acuerdo. Cónchale. Hablar del diálogo, pero de repente (hace un sonido). Listo, se acabó el diálogo. Las guerras que están pasando, por Dios. Y ya lo hacemos como cotidiano, a veces uno comete, también, la acción de llegar en la mañana, levantarse y ver las noticias por la tele y dice: ‘Ah, ya, me cargó. Puf” y da vuelta. Pero, ¿qué le cargó? ¿Que maten a cien personas, miles de personas?

 —Lo que más genera desesperanza es que no haya aprendizaje, finalmente.

Ni uno. Es que ni uno.

 —¿Y crees que en Chile pasa lo mismo, un poco?

Absolutamente. Sí pasa lo mismo. No aprendemos nada en ese aspecto, puras buena intenciones. Entonces uno dice: ‘Hey, hasta cuándo”. ¿Te fijas? Que los 82 años sirvan para algo.

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