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Vivir una pandemia es extraño. A la mayoría de nosotros nunca se nos ha pedido hacer sacrificios como este antes: quedarse en casa y limitar el contacto con los demás.

Toda esa interrupción puede hacer que las personas se sientan ansiosas. Y para algunos, eso incluye ignorar por completo el nuevo coronavirus y continuar como si todo siguiera como siempre.

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A pesar de las repetidas súplicas de los funcionarios de salud pública y de varios gobiernos para quedarse en la casa y frenar la propagación de COVID-19, muchas personas simplemente no lo harán: personas abarrotando playas, pasillos en las tiendas de comestibles repletos de compradores y adultos mayores que se niegan a dejar de ir a la iglesia.

¿Por qué algunas personas no toman en serio esta amenaza? Los sicólogos dicen que hay varias razones, y la mayoría de ellas se reducen a la naturaleza humana.

1. Los invulnerables

Gordon Asmundson, profesor de sicología de la Universidad de Regina en Saskatchewan, está estudiando cómo los factores psicológicos impactan la propagación y la respuesta al COVID-19. Nos ha dividido a todos en tres grupos según nuestra respuesta a la pandemia: los que responden en exceso, los que no responden y los que se encuentran en algún punto intermedio.

Los que responden en exceso son los compradores de pánico que han acumulado suministros por meses. Están asustados y apoyarse en montones de papel higiénico los empodera y alivia ese miedo.

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Las personas en el medio están haciendo lo que se les pide que hagan sin entrar en pánico o actuar demasiado laxas: son los “ricitos de oro” de la pandemia.

Los que no responden son aquellos que desobedecen la guía de salud pública, los que se consideran invulnerables. No siguen el distanciamiento social porque creen que no se enfermarán, aunque podría evitar que las personas más vulnerables se infecten. Estos “subrespondedores” pueden ser los culpables si el virus continúa propagándose durante meses en todo el país.

2. Recuperar el control

Al igual que los compradores de pánico que acaparan el papel higiénico, los que no responden continúan reuniéndose en grupos e ignoran los consejos porque se sienten impotentes. Desafiar las medidas hace que el virus parezca más pequeño, dijo Vaile Wright, director de Investigación Clínica y Calidad de la Asociación Americana de Psicología.

Uno de los desafíos con la incertidumbre es que nos recuerda cosas que están fuera de nuestro control”, dijo junto con añadir que “creo que este tipo de desafío a las medidas, en cierta medida, es por tratar de recuperar el control”.

3. No creen es su problema

Para algunos, el COVID-19 parece un problema lejano que enfrentan los residentes de ciudades populosas o países extranjeros. Es triste, sí, pero no es su carga.

Las personas que viven en comunidades donde la infección no es generalizada o los funcionarios no han impuesto bloqueos, pueden estar menos dispuestos a distanciarse de los demás, dijo Steven Taylor, psicólogo clínico y autor de La psicología de las pandemias, una mirada histórica a cómo la gente responde a tales crisis.

“Tal vez es una ilusión, pero las personas están minimizando la importancia, tal vez porque no están viendo a las personas en sus comunidades contagiarse con el virus”, dijo Taylor.

4. Los saturados

El coronavirus está creando lo que Taylor llama una “infodemia”. Cuando lo que consumen las personas de los medios de comunicación, las fuentes de las redes sociales y las conversaciones con sus seres queridos consisten en nada más que COVID-19, pueden volverse insensibles a su gravedad, explicó. “La gente se está adormeciendo”, dijo Taylor.

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Esta sobrecarga de información también contribuye a mensajes mixtos. A las personas más jóvenes se les ha dicho repetidamente que tienen un menor riesgo de infección. Eso, combinado con la propensión de los adultos jóvenes a asumir riesgos, puede significar que no temen al virus.

5. Libertades individuales

Tampoco es solo un problema generacional. El mundo occidental, y Estados Unidos en particular, han apreciado durante mucho tiempo las libertades individuales, a veces incluso en beneficio de la comunidad. Y durante una pandemia, esa mentalidad puede ser fatal para las personas más vulnerables, dijo Taylor.

Es por eso que los trabajadores de la salud, las celebridades y la gente común están implorando al público que se queden en casa no solo para protegerse a sí mismos, sino por los demás: adultos mayores de 60 años de alto riesgo, personas con sistemas inmunes comprometidos y médicos y enfermeras en la primera línea de la pandemia.

6. Soledad

Los tres psicólogos están de acuerdo: los seres humanos anhelan la conexión y la negación de la interacción social durante períodos prolongados puede doler. “Somos criaturas sociales”, dijo Asmundson. “También tenemos muchas libertades. Es difícil hacer los cambios que se nos pide que hagamos”.

Puede ser particularmente difícil para los adultos mayores, que ya tienen un mayor riesgo de mortalidad por depresión y soledad. Pueden estar menos dispuestos a usar herramientas tecnológicas, como FaceTime o videoconferencias de Zoom, para comunicarse.

¿Cómo persuadirlos para que se queden adentro?

Eso es lo que Asmundson quiere descubrir. Al identificar los factores psicológicos que contribuyen a estas respuestas, ya sea demasiado extremas o demasiado laxas, los funcionarios públicos pueden modificar sus mensajes para convencer a las personas de que sigan el distanciamiento social.

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Ese mensaje puede ser complicado, dicen los psicólogos. Algunos creen que las personas deben tener miedo para quedarse en casa. Otros argumentan que usar el miedo puede ser contraproducente porque las personas que responden con miedo no toman decisiones basadas en la lógica, de ahí las compras en medio del pánico.

Es difícil lograr un tono igual con los que responden de más y los que no responden, dijo Asmundson. Pero hay una cosa en la que los expertos están de acuerdo: convencer a la gente de que se quede en casa es nuestra mejor apuesta contra una pandemia.

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