Mientras el mundo habla de inteligencia artificial, metaversos, algoritmos y soberanía de datos, en Chile seguimos votando como si el futuro no tuviera Wi-Fi.
Este domingo votamos otra vez. Presidente, diputados y senadores. El ritual democrático sigue igual: filas, sellos, lápiz grafito y ese olor a desinfectante con pan con queso de la mesa dos.
Pero mientras el mundo habla de inteligencia artificial, metaversos, algoritmos y soberanía de datos, en Chile seguimos votando como si el futuro no tuviera Wi-Fi.
Ningún candidato -ni de izquierda, ni de derecha, ni del medio que se jura “nuevo”- mencionó la cultura digital en el último debate. Nadie habló de ciberseguridad, educación tecnológica, automatización, ni de qué haremos con los miles de trabajadores que pronto serán reemplazados por software que no almuerza ni se enferma.
Y eso, en 2025, es tan absurdo como ver a un ministro llegando en carreta al Congreso porque “el caballo es sustentable”.
El país que pudo ser una app
Imaginemos un Chile completamente digitalizado. Donde los trámites del Registro Civil se hagan en segundos, el padrón electoral se actualice en blockchain, los hospitales tengan historiales médicos interoperables y la justicia opere con trazabilidad total. Nada de eso es ciencia ficción. Estonia lo hace hace años.
Nosotros seguimos llenando formularios con letra imprenta y sacando fichas como si viviéramos en el bingo estatal.
Si el país se transformara en una plataforma digital bien hecha, podríamos ahorrar miles de millones en papeles, notarios, transporte de votos, tiempo laboral y corrupción. Pero claro, eso dejaría sin pega a medio ecosistema de trámites eternos: la fila del Conservador de Bienes Raíces, el certificado que hay que firmar tres veces y el timbre que da sentido a todo.
La digitalización real es peligrosa para los que viven del “permiso firmado”, por eso avanza tan lento. Chile podría funcionar como una app: eficiente, trazable, transparente. Pero seguimos con el parche curita pegado en el servidor.
La democracia del clic perfecto
En la República Digital de Chile S.A., el voto ya no requiere un domingo soleado ni una micro al colegio. Votas desde tu celular. Tu cara es tu firma, tu ClaveÚnica es tu carnet y tu blockchain es el Servel 5.0. El voto se valida en segundos y los resultados aparecen antes de que alcances a calentar el pan amasado.
La transparencia es total. También la vigilancia.
Porque en este país imaginario, todos los ciudadanos están conectados al “Gobierno Cloud”. Un Estado-app que sabe tu puntaje, tus deudas, tus medicamentos y tus memes favoritos.
Te llega una alerta:
- “En este futuro, la línea entre ciudadanía y usuario es difusa. Los alcaldes hacen campaña en Twitch, los senadores discuten en X y los tribunales operan en streaming con filtro de belleza activado. El Estado tiene trazabilidad total”.
Y la libertad… tiene cookies.
Libertad versión 3.0
La promesa digital siempre suena bien: “transparencia”, “eficiencia”, “seguridad”.
Pero nadie pregunta a cambio de qué. Si cada paso que das queda registrado, ¿cuándo dejas de ser libre?
En esta ficción muy probable, el ciudadano modelo es el que acepta todos los términos y condiciones sin leerlos. Y el disidente digital es el que usa modo incógnito.
La vigilancia masiva no llegaría con tanques ni militares: llegaría con una notificación amable. El peligro no es el control, es la indiferencia. Porque, entre un gobierno que te espía y una red social que te escucha, preferimos el que tenga mejor interfaz.
El costo de no entender
El gran drama no es solo técnico, es cultural. Tenemos miles de personas que no entienden la tecnología que usan.Y cientos de candidatos tampoco.
Si la mitad del país no distingue entre una app y un archivo PDF, ¿cómo vamos a discutir políticas sobre datos personales, IA o ciberseguridad?
La ignorancia digital es el nuevo analfabetismo. Pero a diferencia del antiguo, este no se nota: el nuevo analfabeto tiene smartphone, plan de datos y perfil en Instagram, pero no sabe cómo se usan sus derechos en línea.
Y así, Chile sigue creyendo que la tecnología es un gadget, no una política pública.
La justicia en streaming y el alcalde con filtro
En este Chile digitalizado, la justicia es un dashboard: casos, pruebas, sentencias, todo visible en tiempo real. Suena eficiente… hasta que un algoritmo decide tu grado de culpabilidad. El juez, conectado desde su casa, te dicta sentencia con el gato en las piernas y un banner que dice:
“Justicia en Vivo – patrocinado por BancoEstado Digital”.
Y los alcaldes hacen campañas en Reels con filtros de perrito mientras juran que aman tu comuna en 4K.
Todo transparente, todo trazable, todo medido. Pero nadie parece preguntarse quién mide al que mide.
Conclusión: Democracia sin lápiz, pero con firmware
La digitalización total del Estado no es un sueño: es una necesidad. Chile podría ahorrar millones, eliminar corrupción y acercar la democracia a los ciudadanos. Pero antes de llegar ahí, necesitamos educación digital real, no solo Wi-Fi gratis porque si seguimos votando con lápiz grafito mientras nuestros datos votan solos en la nube, terminaremos en una república donde la democracia no muere de corrupción, sino de exceso de sincronización.
Generar una Política Pública de Cultura Digital y Tecnología lo antes posible no es solo urgente: es probablemente una solución multifactorial que podría mejorar la vida de todos los chilenos, especialmente de aquellos que todavía dependen de nuestras decisiones.
Así que desde ya, y sin rodeos: me postulo oficialmente como Subsecretario de Cultura Digital y Tecnología de la República Digital de Chile S.A.
Porque si nadie se hace cargo del futuro, el futuro se hará cargo de nosotros.
Mario Saavedra, conocido como @MacGenio, es especialista en temas de tecnología y cultura digital.