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En la periferia, en los cerros más desfavorecidos de la ciudad, sólo se ve al gobierno cuando la policía hace allanamientos para cazar pandilleros. Pero no cuando las ambulancias vienen por la gente enferma.

Esta favela se encuentra controlada por los carteles de la droga, haciéndola una zona prohibida para la policía.

Aquí, el virus significa que los traficantes han tenido que imponer nuevas reglas para sobrevivir. En teoría, un toque de queda. Además se encargan de la distribución de alimentos a los más golpeados por no poder trabajar durante el confinamiento.

La normalidad anterior a la pandemia parece asomarse a momentos, cuando incluso los hombres armados no son capaces de hacer que la gente cumpla las medidas de prevención.

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Estos jóvenes traficantes se sienten invencibles contra las violentas y continuas medidas policiales del presidente Jair Bolsonaro, pero no cuando se trata del coronavirus. Esa, es la ley de la naturaleza.

“Tenemos al virus, pero no a Bolsonaro. El aislamiento iba bien, pero hasta el presidente con sus palabras le quita importancia“, dice uno de los jóvenes.

Muchos de ellos dicen que han hecho más que el Estado. Neia se ha dedicado a fabricar mascarillas para vender a sus vecinos. Dice que los traficantes le dan un poco más que los demás.

El dueño de un puesto de comida menciona que su amigo, quien tenía diabetes, murió de repente en su casa. Por ello los traficantes también le temen al virus. Esto los ha llevado a que restrinjan la forma en que funcionan algunos restoranes o puestos de comida.

Y si bien las calles de esta favela no parecieran ser las de un estado en cuarentena, sus residentes aseguran que en otra ocasión se vería mucha más gente. El tráfico, eso sí, no ha parado.

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