Por Fresia Soltof

“Cuando son las 12 de la noche del 16 de julio allá se vive una cosa tremenda. Es como un año nuevo. Es como un antes y un después en el tiempo. Es una tradición ancestral, que se traspasa de generación en generación. No sólo quienes bailan como promesa a la virgen, sino de todo el pueblo que acude a ver a su ‘Chinita'”.

El relato es de la periodista Claudia Díaz, quien hace 20 años abordó en su tesis de título las particularidades de esta fiesta ancestral.

Este 16 de julio no habrá bailes alegres y coloridos, ni de día ni de noche. No será una semana completa dedicada a la “Reina del Tamarugal”, como le dicen también a la virgen en honor a los muchos árboles tamarugos que son parte del paisaje nortino. No habrá calles atiborradas de fieles bailando para alcanzar (todos) a dar las gracias a la que además nombran como “Chinita”. Ya no llegará el casi medio millón de fieles a un pueblo que no alcanza los mil habitantes.

En esta pandemia es impensable ver un comercio aglutinado y acampando al aire libre, con baños químicos que nunca son suficientes para todos quienes se dan cita en la comuna de Pozo al Monte.

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Esta vez se dispusieron cordones sanitarios desde el martes 7 hasta el 21 de julio para impedir el ingreso a la zona y para evitar la movilidad que ya se estaba registrando.

Pero la decisión mayor en medio de la pandemia del COVID-19 es la suspensión definitiva de la celebración por cuarta vez desde la época colonial.

El experto en historia de la Iglesia, Marcial Sánchez, explica que el pueblo nortino entenderá la medida sanitaria, porque no es primera vez que se toma una decisión similar. “Ocurrió en 1934 por la epidemia del tifus y la viruela, en 1991 fue la del cólera y lo más reciente en 2009, por la influenza H1N1”.

“La suspensión de La Tirana claro que afectará a la comunidad en general, porque no podrán dar gracias a la virgen por el año, pero son situaciones que ya han sucedido, por lo tanto, creo que la situación es entendible”, agrega Sánchez.

Ésta es una fiesta arraigada en el corazón de todo el norte grande y traspasa fronteras hacia Perú y Bolivia. Su relevancia es tal, que cada año Iquique y otras ciudades de la zona quedan prácticamente vacías, pues toda la comunidad se vuelca a esta pequeña localidad.

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El obispo de Iquique, Guillermo Vera, dice que suspenderla no significa no celebrarla.

“Queremos que haya vida y queremos que haya alegría, pero ahora lo haremos desde nuestras casas: el sacrificio será no ir a su santuario y que ella venga a nosotros. Tenemos que cuidar nuestra vida y la vida de los demás. Tendremos la confianza que ella vendrá al santuario de nuestro hogar”, concluye el obispo al lado de un altar con la virgen.

Parece imposible dimensionar a lo lejos la fiesta tal cual es, y así lo recuerda Claudia Díaz cuando estuvo en medio de ella: “La devoción es mucha. Yo decía ‘¡aquí está empezando otro mundo, se vive una transformación y la gente en Santiago no tiene idea!’

Y claro, por eso es inimaginable que ese fervor ahora se resuma a la oración individual. Por cuarta vez en la historia, desde la Colonia, la reina del Tamarugal no podrá recibir el baile colorido de sus fieles en las tierras de la Región de Tarapacá.

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