Por Mónica Rincón
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Rebeka Pierre, embarazada de dos meses, llegó con taquicardia y un dolor en el pecho a un CESFAM de Cerro Navia. La derivaron al Hospital Félix Bulnes, donde, tras atenderla, la enviaron a su casa… no alcanzó a llegar. Murió en la calle. El hecho está siendo investigado por el Ministerio Público.

Era médico, hablaba perfecto español, pero al mismo tiempo, era mujer, migrante, pobre –quería sacar su residencia definitiva para convalidar su título–, afrodescendiente, haitiana. Tenía un hijo de cinco años. Hoy fue su velorio. Hoy, el pequeño Royse la vio en un ataúd.

La historia es desgarradora y también las reacciones que provoca en muchos. Leer en redes sociales como respuesta que esto también le pasa a los chilenos, que “es mejor que se vayan los migrantes”, resulta brutal.

¿En qué momento llegamos a competir por la salud, por el derecho a la vida? El problema no es que los migrantes llenen consultorios, el problema es que el Estado chileno no da salud digna a los que habitan este país.

Sí, la falta de atención oportuna es algo que le pasa a miles de chilenos. Pero más probable aún a medida que tienen menos recursos. Y también sabemos de denuncias de denegación de atención a migrantes.

Lamentablemente –a pesar del trabajo sacrificado de buena parte del personal de salud–, en Chile no es inocuo ser mujer, pobre, migrante y afrodescendiente.

¿Fue culpa de Rebeka la crisis en Haití? ¿Ustedes no hubieran buscado un futuro mejor? Hay mucha rabia acumulada hacia “los otros”, los de afuera. Como si nadie de nuestras familias, padres o hijos hubieran migrado.

Hay que regular la migración, obvio. Evidente. Pero no son “ellos” y “nosotros”. Somos todos. Todos los que, en forma honesta, queremos tener una vida mejor y contribuir a Chile construir. De eso también era parte Rebeka, que ojo, además era voluntaria de la Cruz Roja, pero Rebeka hoy ya no está.

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