Por Pedro Fierro

Tiempos convulsos hemos vivido en los últimos cuatro años. Nada de raro si pensamos quehemos celebrado siete (¿?) elecciones en ese corto periodo de tiempo. Dentro de los variados temas que se han instalado producto de los múltiples comicios, hay uno que durante estos días ha alcanzado cierta notoriedad: ¿Acaso es posible que seamos tan volátiles en nuestras preferencias políticas? ¿Qué está pasando en Chile que, en solo tres años, pasamos del triunfo de la Lista del Pueblo, al triunfo del Partido de la Gente, al triunfo del Partido Republicano? ¿Cómo es que transitamos de Daniel Stingo a Luis Silva como los representantes más votados del país?

Está claro que la respuesta a estas interrogantes no puede ser reducida a un solo fenómeno. Son múltiples los factores que parecen explicar estos hechos y, por lo mismo, se hace difícil articular una teoría que integre todos los aspectos que podrían ser relevantes en este y los próximos procesos electorales. Si lo pensamos desde esa aproximación, podremos igualmente reconocer que hay cierta rebeldía conservadora frente al discurso progresista predominante en el último tiempo. También podríamos conceder respecto a que existen ciertas narrativas totalitarias que amenazan a esta y otras democracias liberales—basta con mirar las últimas encuestas y la fascinación que despierta un personaje como Bukele en algunos compatriotas—. Pero aún bajo esas lecturas, también resultaría sensato sugerir que esos fenómenos no alcanzan a explicar por sí solos el tránsito vertiginoso que hemos vivido de un tiempo a esta fecha. Por lo mismo, al menos en Chile, se hace particularmente difícil encontrar suficiente evidencia que respalde las teorías del “péndulo” o de la “contrarrevolución”.

Reconocer esto último es particularmente relevante, en especial para aquellos que resultaron triunfadores en los recientes procesos electorales y que, apresuradamente, leen sus votos como declaraciones ideológicas escritas sobre las estrellas. Bien sabemos que a Daniel Stingo no le fue nada de bien con esa interpretación y, probablemente, tampoco les irá bien a aquellos republicanos que pretendan creer que la mayoría de los habitantes de Chile—así como por arte de magia—se “derechizaron”.

En este punto no nos podemos perder. Es innegable que parte de los votantes republicanos se sienten representados por el ideario gremialista que defiende el partido. Pero también sería un sinsentido desconocer que otro grupo de sus adeptos poco o nada concuerdan con las ideas “guzmanianas” de la nueva tienda conservadora. Admitir esto es algo complejo porque, tácitamente, implicaría suponer que la derecha no necesariamente ganó en las últimas elecciones. O, para ser más precisos, implicaría al menos reconocer que, aunque haya ganado, no fue necesariamente gracias a sus ideas, sino que más bien fruto de otros elementos algo más subyacentes y que han permanecido estables en el último tiempo.

Los elementos que sustentan lo anterior son más que variados. Desde antes del estallido social hemos podido observar que una serie de actitudes políticas se han venido desarrollando de forma tan interesante como preocupante. El desprecio por la democracia, la desconfianza y el surgimiento de ciertas visiones totalitarias (fenómeno que, como ya dijimos, no es nuevo en nuestro país) convivían con una sensación de falsa tranquilidad. Pero eso no es todo, pues la trayectoria errática de estas sensaciones también se extendía a algunas variables que suelen asociarse a la desafección política. Aunque parte importante de los ciudadanos tendían a reconocerse como actores competentes y bien instruidos para participar de los asuntos públicos, las encuestas sugerían que seguían considerando que el sistema político no respondía ante sus demandas legítimas, aumentando los niveles de algo que puede ser bien parecido a la “frustración”.

Y aquí entramos en un terreno pantanoso. La frustración, rabia e impotencia suelen ser referidas a la hora de estudiar la sensación de ser abandonados. Esto último, a su vez, ha sido un tema recurrente en las investigaciones que han tratado de explicar el triunfo de narrativas populistas, antiestablishment y/o nacionalistas. En nuestro país hemos podido observar que estas sensaciones, que venían desarrollándose previo a los hechos de octubre del 2019, han permanecido en el tiempo.

Acá, entonces, hay una clave. Algunos obviarán lo recién expuesto y sugerirán que Chile se ha derechizado y que el Partido Republicano lo ha capitalizado. Otros, sin embargo, sugeriremos que su éxito no se explica solamente por sus ideas, sino más bien por haber conectado con esas sensaciones anteriores y subyacentes al voto. Esas mismas sensaciones que antes capitalizó la Lista del Pueblo y, luego, el Partido de la Gente.

Esta tesis es algo aventurada, pero para nada alocada. Aunque se trate de un hecho al que usualmente se hace referencia, nunca está de más recordar que el Partido Republicano no ganó en aquellos lugares donde en el pasado reciente ganó el rechazo y la derecha. Las emblemáticas tres comunas de la capital son el ejemplo más elocuente de esta realidad. El conglomerado de Kast no se impuso ni en Las Condes, ni en Vitacura ni en La Dehesa—en todas ganó más bien “la derecha”—sino que triunfó en los sectores populares.

Los desafíos que se abren, entonces, son múltiples. Por un lado, urge estudiar y comprender qué está pasando con el votante chileno. También sería igual de interesante analizar la forma en que el cambio de sistema electoral (el paso de voto voluntario a obligatorio) ha modificado los resultados esperados, incorporando nueva población (en general desafecta y abandonada) al proceso. Sin embargo, y muy relacionado, urge también conocer cómo se desenvolverá finalmente el conglomerado ganador en lo que viene.

A estas alturas resulta algo evidente de que existen distintas almas en el partido de derecha. Por un lado, una que raya en la narrativa populista y que le ha significado rédito inmediato en lo electoral. Por el otro, una más apegada a la institucionalidad y a los valores democráticos. En ese contexto, la responsabilidad del Partido Republicano no solo recae en realizar una correcta lectura del entorno y de su momento electoral, sino que también en superar ciertas tensiones que pueden ser muy perjudiciales para el devenir de nuestra democracia.

Con todo, esperemos que la narrativa política le gane a la anti-política. Pues nuestro desafío latente es superar la desafección, no aprovecharla.

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