Por Matías Reeves

Se nos apareció marzo. Nunca ha sido un mes tranquilo, y este año parece no ser la excepción.

La pandemia nos ha dejado devastados anímicamente. Estamos cansados, agotados y exhaustos. Pensar en volver a una cuarentena causa pavor en muchas personas. Gracias ciencia por las vacunas. Vivimos en una crisis climática, se ha anunciado un posible racionamiento del agua y, ahora, una guerra que invade los medios y termina por elevar las pulsaciones.

El regreso a clases también nos tensiona. Vemos hace ya dos años rencillas de todo tipo sobre si se debe o no volver a clases presenciales. Las clases presenciales son fundamentales, básicas, irremplazables y la evidencia científica ha comprobado que las escuelas son espacios seguros si se cuenta con medidas de prevención bien implementadas. No hay quien esté en contra de la importancia de asegurar clases en los colegios.

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Lo que he conversado y leído largamente es que si no están las medidas sanitarias, algunas personas estarían en desacuerdo a un regreso a las aulas ¡Por supuesto que es un buen argumento!  Las familias quieren regresar, las autoridades  y docentes también. Todos, o la inmensa mayoría, lo quiere, pero debe ser con las condiciones adecuadas y las comunidades así deben notarlo y sentirlo. Sin embargo, se ha vuelto a armar una trifulca como si la norma fuera el caos.

Es que en el debate público nos ha faltado calma. Mirar con tranquilidad ayuda a dimensionar lo importante de lo urgente y contribuye a bajar las asperezas.

Si las condiciones no están dadas, es decir, si un colegio no tiene baños con jabón ni papel para “implementar rutinas de lavados o alcohol gel cada dos o tres horas” como establece el protocolo Sigamos Aprendiendo del Mineduc, o tampoco cuenta con higiene, ventilación y desinfección permanente en todos los espacios, ni la posibilidad de recambio de mascarillas, etc., claramente la comunidad no querrá que se realicen las clases en esas condiciones ¿O usted aceptaría que en su oficina no estén las condiciones mínimas para evitar posibles contagios? ¿Usted querría que su hija o hijo vaya a un colegio donde la precariedad sea la regla? Claro que no. Entonces, en los casos donde esto ocurra, por cierto que debe exigirse a las autoridades correspondientes que se cumplan los protocolos y estén las medidas sanitarias adecuadas.

No basta con que el ministerio diga que “entre 2017 y 2021 el presupuesto destinado a infraestructura tuvo un aumento de $100 mil millones, equivalente a un crecimiento de un 116%”. Sin duda que es significativo que el Estado entregue estos recursos -más bien es lo mínimo-, pero lo verdaderamente relevante es saber cuántos establecimientos efectivamente aún carecen de las condiciones adecuadas y cómo cada comunidad recibe un trato digno.

“Quienes tomamos decisiones tenemos que ser capaces de persuadir, acordar y generar las condiciones que permitan el retorno presencial a clases”, dijo el alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic, agregando que “es muy importante que nosotros como autoridades podamos traspasar la tranquilidad a la población”.

Un buen ejemplo de lo anterior es lo que ya ha hecho el Servicio Local de Educación Pública Chinchorro, el que en un comunicado abierto a la comunidad transmite certezas indicando un listado de elementos de protección personal que fueron entregados a todos los establecimientos de las comunas de Arica, General Lagos, Putre y Camarones, el estado de vacunación de los estudiantes e informando las reuniones que se sostuvieron con las comunidades educativas. Como estos ejemplos podemos encontrar muchos.

Buscar polémicas donde no las hay es justo lo que no hay que hacer. Ni el Colegio de Profesores ni el Ministerio de Educación pueden continuar apareciendo en una lógica de tira y afloja, de bandos opuestos, de buenos y malos. Chile necesita calma, la educación necesita calma, ya que la calma permite el diálogo, y también el aprendizaje.

Crédito: Agencia Uno

No podemos olvidar que el volver a clases en marzo es en sí mismo un momento estresante para niñas y niños. Entusiasmante, por cierto, porque volver a ver a amigas y amigos, relatar las vacaciones, volver a encontrarse es emocionante.

Según una encuesta realizada por la plataforma Papinotas, un 42% de las personas encuestadas siente como primer sentimiento respecto al regreso a clases la incertidumbre, seguido de un 32% de alegría y un 15% de nervio, pero también llega la ansiedad de tener que levantarse temprano, hacer tareas, tener que trotar en la clase de educación física frente a los compañeros, o simplemente manejar la frustración de no entender lo que se está explicando en clases. No importa si la escuela es pública, particular subvencionada o particular pagada, en cualquier escuela estas situaciones se producen y se deben tomar medidas paliativas que ayuden en su individualidad a cada niña, niño y joven.

El estrés de marzo también llega a los profesores quienes vuelven a su rutina de levantarse temprano y volver a la casa para seguir trabajando hasta altas horas de la noche – y el fin de semana – corrigiendo pruebas, gestionar el aula, atender las necesidades de cada estudiante, adecuarse a las creatividades ministeriales o asumir las presiones de apoderados.

Sobre esto último, la psicóloga y académica de la Universidad San Sebastián de Valdivia, Jéssica Santibáñez, señaló hace unos días que “es importante que las familias utilicen los canales de comunicación formales, muchas veces el WhatsApp pasa a ser un canal fácil y cercano, pero termina siendo muy angustiante para el docente, ya que no se respetan los horarios y los profesores terminan trabajando fuera de la jornada. Todos necesitamos nuestro tiempo de ocio y familia”. A los docentes también se les debe permitir ser personas.

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La reconocida psicóloga Neva Milicic también nos invita a la calma cuando dice que “en el contexto de vuelta a clases en pandemia, la tarea principal de padres y educadores es mitigar la ansiedad que acompaña esa situación y promover que los niños (y niñas) se sientan acogidos en un ambiente emocionalmente seguro, para que asocien aprendizaje con agrado, sintiéndose competentes frente a la capacidad de aprender” y añade que “cada padre y profesor conoce a su hijo o a su alumno, cuál es la mejor forma de calmarlos y cómo disminuir su estrés”. Ella y otros expertos invitan a no agobiar, a no sobre imponer exigencias, ya que se debe quitar la presión mediática de “recuperar lo que no se ha aprendido”.

El regreso a clases presenciales, lo cual sucederá sí o sí, nos debe permitir tomar aire un instante, respirar profundo y hacer un llamado a la calma. Matizar las cosas es una vía de enfrentar los desafíos de mejor manera. No son todos los colegios los que no tienen las condiciones adecuadas, no son todos los profesores, no son todos los padres ni todos los alcaldes.

La generalización fácil atenta contra la verdad y dinamita las confianzas. Esto es cierto tanto en una comunidad educativa como lo es en el debate público. Chile necesita calma para seguir desarrollando el proceso constituyente y la crisis política que sigue latente, calma para enfrentar la crisis climática y, sobre todo, calma para que cada niña y cada niño pueda aprender.

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