Por Andrea Sato y Josefina Reyes

“Mi papá me echó de la casa por maricón … pero yo fui la que lo cuidó antes de morir, todos sus otros hijos se fueron”. Este fue parte del relato de una mujer trans/travesti de 63 años en el marco de la investigación publicada por Organizando Trans diversidades (OTD) y Fundación SOL financiada por Fundación Heinrich Böll, llamada “El trabajo desde la resistencia y la rebeldía: Estudio sobre la Calidad del Empleo de la Población Trans, Travesti y No Binarie en Chile”.

Los roles de género son prácticas y comportamientos adquiridos que instalan la idea de que determinadas actividades, gustos, tareas y responsabilidades sean consideradas como femeninas o masculinas y, además, que estas características se jerarquicen y valúen de manera diferenciada. Las actividades, atributos, emociones y habilidades entendidas tradicionalmente como propias de lo “femenino” son socialmente menos valoradas. Estas inequidades afectan de forma importante a todo el espectro de la sexualidad que es considerado femenino, lo que se traduce en discriminación y doble carga laboral para todas las personas que se identifican como mujeres.

El patriarcado, en tanto sistema de dominación, incide directa e indirectamente en los distintos planos de la producción subjetiva: el sistema cultural, las relaciones sociales y los procesos internos de las personas. Esto se despliega en distintos espacios: lo público (la calle y el trabajo), lo privado (el espacio doméstico), lo íntimo (el cuerpo).

Los roles de género, que guardan relación con la “división sexual del trabajo”, han sido usados y ordenados por el mercado laboral y el espacio íntimo para reproducir el binarismo de género, tratando de mantener intacta esta división entre lo masculino y lo femenino para establecer y jerarquizar las actividades que debe cumplir cada persona en la sociedad.

Las mujeres trans y travestis, por el mandato de género que obliga el binarismo, desde edades tempranas han desarrollado actividades laborales vinculadas a lo “femenino”, las que suelen estar desvalorizadas social y monetariamente. Ellas relatan que los únicos espacios de trabajo posibles dentro de la formalidad son de costurera o peluquera, oficios precarios, con bajos salarios e inestables. La división sexual del trabajo no solo ordena a las personas cisgénero (personas cuya identidad de género y sexo asignado al nacer son el mismo); también ordena a todo el espectro de personas trans (personas que tienen una identidad o expresión de género que difiere del sexo que se les asignó al nacer). ¿Cuántas personas trans femeninas trabajan en la construcción? ¿Cuántas mujeres trans realizan labores en ramas masculinizadas de la producción? ¿con cuántas personas trans trabajas tú?

La división sexual del trabajo cumple el rol ordenador, pero también tiene como objetivo velar por el cumplimiento de la mayor cantidad de actividades posibles a un bajo costo para el capital. Es por eso que, según la literatura de los estudios del trabajo, en el periodo actual se enfatiza en la “acumulación extendida del plusvalor”; es decir, el costo de producción que no paga el Capital es transferido como costo para la clase trabajadora en su conjunto, pero especialmente, para quienes se identifican como mujeres.

En este periodo del capitalismo, distintas autorías han manifestado que las facultades afectivas, relacionales y emocionales han cobrado mayor relevancia. Las actividades que las personas, especialmente las que se identifican como mujeres, realizan en sus espacios privados como cuidadoras, se han convertido en variables importantes en el mundo laboral actual en el cual el trabajo inmaterial toma mayor relevancia por la centralidad de empleos vinculados a servicios. Estas facultades afectivas se convierten en una obligación para toda persona que esté dentro del espectro de lo femenino.

Las mujeres trans y travestis conviven con la exigencia de ser lo “suficientemente femeninas” por las estructuras del mundo binario, lo que implica desarrollar habilidades relacionadas a las mujeres dada la construcción de roles de género en la sociedad. Esto impacta en las oportunidades de empleo que pueden acceder, a las tareas que se les encomendarán, pero también en cómo se comportarán en el ámbito privado. Las mujeres trans deben desarrollar habilidades leídas como femeninas tales como la escucha, la contención, la paciencia e incluso, la sumisión. Y si no es así, son tildadas de conflictivas y problemáticas. Todo esto, en escenarios laborales de bajos ingresos y en una estructura que sistemáticamente las discrimina.

El modelo se vuelve perverso porque ellas son depositarias de violencia por su identidad de género, pero de forma paralela, se les exige cumplir con los estándares de la feminidad dentro y fuera de sus hogares. Ellas son cuidadoras, trabajadoras en ramas precarias de la economía y también son discriminadas por sus elecciones. La gran consecuencia de la colonización del capital hacia el mundo de la vida es el perfeccionamiento de mecanismos para extraer plusvalor de todas las dimensiones de la existencia, incluyendo las habilidades afectivas y emocionales. En estas nuevas formas de explotación, un componente fundamental es el trabajo intangible y emocional, donde se valúan habilidades sociales en el espacio productivo. Las subjetividades de las personas se ponen al servicio del capital, donde la técnica y el oficio no son lo único valorado, sino que también son presa de la lógica del capital las disposiciones, afectivas, emocionales y relacionales de las trabajadoras. En esta época, el capitalismo se vuelve cada vez más relacional y cognitivo. Las disposiciones emocionales cobran valor y el capital busca apropiárselas.

Las mujeres trans y travestis en este periodo deben cumplir con los estándares que les obliga la división sexual del trabajo, se ubican en ramas feminizadas de la producción, realizan labores “para mujeres” dentro y fuera de la casa pero también deben enfrentarse a la violencia permanente, por lo que son explotadas a través de distintos mecanismos, ya que por una parte se les relega a espacios laborales con menor prestigio social y endebles  y por otra, el mercado utiliza y valúa habilidades de ellas consideradas “naturales”, tales como la simpatía, el servicio a otros, la contención y la preocupación personal. Todo esto bajo ataques constantes, donde se debe aceptar cuidar al padre maltratador porque eres la hija y eso corresponde por elegir ser mujer.

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