El hombre que abrió fuego en dos mezquitas de Nueva Zelandia la semana pasada pudo haber logrado matar a 50 personas, pero la líder del país prometió negarle lo único que realmente quería: notoriedad.

“Nunca me oirán mencionar su nombre”, dijo el martes la primera ministra Jacinda Ardern al Parlamento de Nueva Zelandia.

“Es un terrorista, es un criminal, es un extremista, pero, cuando hable, no tendrá nombre, y a los demás les imploro: digan los nombres de los que murieron en ese lugar, en vez del nombre del que los mató. Puede que haya buscado notoriedad, pero nosotros en Nueva Zelandia no le daremos nada, ni siquiera su nombre”.

Desde la masacre, Ardern, de 37 años, que es la jefa de gobierno más joven del mundo, ha hablado con emoción y empatía, tranquilizando a las familias y actualizando al público con lo último sobre la investigación.

Ha sido su cara, y no la del atacante, la que ha dominado la cobertura de los medios.

Como el sospechoso —gracias en parte a la prohibición de publicar ciertos detalles sobre él— ha sido forzado al olvido, enfrentado el castigo, y se le ha negado la fama que deseaba, Ardern ha recibido elogios internacionales por su manejo de la situación, que la ha empujado hacia el inoportuno papel de, como ella lo expresó, expresar el dolor de una nación.

El toque personal

Si bien Ardern ha brindado un punto de estabilidad a todos los neozelandeses a medida que el país sigue recuperándose de un ataque terrorista que semanas antes hubiera parecido inverosímil, sus acciones tocaron personalmente a los familiares de los que murieron en la masacre, que hizo trizas una comunidad musulmana cercana en esta pequeña ciudad de alrededor de 400.000 personas.

El día después del ataque en Christchurch, Ardern usó un hijab mientras estaba de pie en el centro de una habitación, rodeada de familias desesperadas por escuchar palabras de tranquilidad. Estaban cansados, preocupados y muchos estaban afligidos por los seres queridos presuntamente muertos a causa de las balas disparadas por un hombre que los señaló por sus creencias.

Incluso antes de que dijera una palabra, la simple decisión de Ardern de cubrir su cabello sirvió para mostrar a las familias que las respetaba y quería aliviar su dolor.

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“La gente estaba bastante sorprendida. Vi los rostros de las personas cuando llevaba el hijab, había sonrisas en ellos”, dijo Ahmed Khan, un sobreviviente del ataque que perdió a su tío en la mezquita de Al Noor.

Ali Akil, un miembro de Syrian Solidarity New Zealand que llegó a Christchurch para apoyar a la comunidad, dijo que usar el hjiab era “algo simbólico”.

“Está diciendo que te respeto, respeto en lo que crees, y estoy aquí para ayudarte”, dijo. “Estoy muy impresionado”.

Endureciendo las leyes sobre porte de armas

Ardern también impresionó, tanto dentro de Nueva Zelandia como en el extranjero, con su rápida acción después del ataque.

Se apresuró a etiquetar el incidente como un ataque terrorista, una designación que puede ser insuficiente para los asesinatos de extrema derecha, y en pocas horas se había comprometido a cambiar la ley para evitar futuras atrocidades.

“Nuestras leyes sobre armas cambiarán”, dijo, evocando recuerdos del ex primer ministro australiano John Howard, quien tomó medidas drásticas sobre las armas dos semanas tras la masacre de Port Arthur en Tasmania en 1996, en la que murieron 35 personas.

Fiel a su palabra, el gabinete de Nueva Zelandia se reunió el lunes y acordó cambios “en principio” que se detallarán la próxima semana. Se espera que incluyan una prohibición de las armas semiautomáticas.

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La medida ha demostrado ser popular en las calles de Christchurch, donde la policía fuertemente armada hace guardia en los bloqueos de carreteras llenos de flores en memoria de los muertos.

“Creo que muchos de nosotros en Nueva Zelandia hemos visto lo que sucedió en Estados Unidos y estamos seguros de que no queremos ver eso aquí”, dijo Trish Jamieson, una trabajadora social que colocaba flores cerca de la mezquita de Linwood el domingo.

— James Griffiths de CNN contribuyó con los informes de Hong Kong.

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