{"multiple":false,"video":[]}

Parecía un atasco vehicular a lo lejos. Algunos autos se agruparon al lado de una carretera un martes por la mañana.

Pero esa escena, compuesta por patrulleros y fotógrafos, disfrazó un hecho espantoso pero demasiado común en la vida cotidiana en El Salvador: el asesinato de una mujer joven.

En este pequeño país latinoamericano, las mujeres son las más afectadas por una brutal cultura de pandillas. Son las mulas de la droga y los padres adoptivos forzados de hijos de pandilleros que están en la cárcel o han muerto.

En ocasiones, las mujeres son forzadas a formar parte de las pandillas, sometidas a ritos de iniciación que pueden incluir violaciones, golpizas y asesinatos.

Esa mañana, al costado de una carretera en Apopa, un distrito al norte de la capital, San Salvador, yacía el cuerpo de Jennifer Landaverde, de 22 años, con sus uñas rojas pintadas y expuestas que sobresalían de una sábana blanca.

Los vecinos dicen que Landaverde estaba “en problemas” con la pandilla local, Barrio 18. Ella había salido de su casa al amanecer para ir a su trabajo, en los puestos del mercado en la ciudad. Su madre escuchó los disparos y luego halló el cuerpo.

A Landaverde le dispararon ocho veces. La Policía dice que no hubo señales de  agresión sexual que azota a muchas comunidades en El Salvador.

Pero las imágenes de su cuerpo, tomadas por los fotógrafos de noticias en el lugar mostraban su ropa a la altura de sus tobillos.

Los oficiales llevaron a Landaverde a la parte trasera de un vehículo policial. Los zapatos de la mujer muerta fueron entregados a su madre, que lloró al recibirlos.

En el velorio del día siguiente, en un pequeño pueblo de Apopa, donde hace unos años las pandillas nunca se habrían molestado en extender sus tentáculos, poco más se dijo sobre cómo Landaverde llegó a estar allí.

Una mujer es asesinada en El Salvador cada 19 horas. Un asesinato ocurre cada dos horas.

Sin embargo, esta ligera ventaja estadística no disminuye la brutalidad que enfrentan las mujeres en una sociedad donde, según un cálculo del Gobierno, se dice que el 10% de las personas pertenece a una pandilla o está bajo la influencia de una.


La relatora especial de Naciones Unidas sobre asesinatos extrajudiciales, Agnes Callamard, dijo a CNN que los cuerpos de las mujeres son tratados como un territorio de venganza y control. Las pandillas están dominadas por hombres y las niñas y mujeres son parte de los territorios que controlan.

Callamard también notó que aproximadamente uno de cada 10 asesinatos de mujeres acaba en condenas para sus autores.

Sin embargo, las pandillas no son exclusivamente masculinas, y las mujeres condenadas por crímenes terminan en cárceles como el Centro de Readaptación para Mujeres, en Ilopango, en el centro de El Salvador.

Aeróbicos. Cortes de pelo. Más ropa. El patio del lugar bullía de actividad, las mujeres ansiaban salir de sus diminutos dormitorios.

Hubo un tiempo en que las integrantes de pandillas estaban separadas del resto de presas. Ahora están mezcladas. En aquel entonces, Roxana era la directora de facto de la sección de pandillas de mujeres.

Roxana, que llevaba un pañuelo azul brillante en la cabeza y un delineador a juego, dijo que su padre murió cuando ella era pequeña y que su madre alcohólica la dejó para cuidar a sus cinco hermanos. Ella terminó en las calles, presa fácil de las pandillas.

“Pensé que era un juego, pero… al final lo fue… A veces te obligan a caminar por las calles y te discriminan por ser lo que eres, por lo que te obligan a robar o matar gente… y a veces las cosas pasan por el alcohol y las drogas “, dijo desde detrás de un alambrado.

“Estamos borrachos y drogados e hicimos muchas cosas de las que ahora me arrepiento”, agregó.

Roxana recordó el momento en que cometió el asesinato que la dejó encarcelada por el resto de su vida.

“Era una pandilla rival y si no hacía lo que me pedían, había consecuencias para mí”, dijo.

“Entonces, estaba obligada a hacerlo en ese momento. Lo que le hice a él, él me lo quería hacer a mí”, agregó sobre el hombre que mató. “Entonces, tenía que defenderme. Sí, tenía que defenderme”, continuó.

Desde que estuvo en la cárcel, Roxana ha perdido no solo a su madre, sino también a su hijo Rafael.

Rafael pasó un tiempo en la cárcel y fue asesinado poco después de su salida, cuatro meses antes del día anterior al que hablamos con su madre. Su nombre está tatuado en el interior del brazo derecho de Roxana.

“Fue muy doloroso para mí porque no quería que él siguiera mi mismo camino pero, antes de darme cuenta, ya se había convertido en miembro de una pandilla y no pude hacer nada”, dijo.

Roxana dijo que fue iniciada en la infame pandilla Barrio 18 con una paliza de 18 segundos, acorde con la obsesión de las pandillas con infligir castigos que honren su nombre.

“Hay mujeres que pasan por cosas peores”, dijo. “A veces son violadas, golpeadas, maltratadas”, detalló.

Roxana dijo que ahora se ha retirado de la cultura de las pandillas. “Cuando comencé en la pandilla no tenía hijos y pensé que todo era rosado y dulce. Solo era un adolescente”, agregó.

“Pero a medida que pasaba el tiempo me di cuenta de que esto no era solo un pasatiempo, con las matanzas y los asesinatos”, dijo. “Cuando quise dejar la pandilla no podía, mi vida estaba en peligro. Tal vez debería agradecer a Dios por haberme traído a este lugar”, reflexiona.

Tags:

Deja tu comentario