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Por Daniel Matamala, conductor de CNN Chile

Como nunca antes, la Teletón está bajo crítica. La campaña solidaria que nació en las horas más negras de la dictadura, sobrevivió a las protestas, se consolidó en la transición y creció junto con un Chile que cambia a paso acelerado en el nuevo siglo, se acerca a la madurez sufriendo algo parecido a la crisis de los 40.

No podía ser de otra manera: una ciudadanía más crítica, que ya no reconoce intocables ni vacas sagradas, se abre a la discusión. Y ni siquiera una de las obras más valoradas y admiradas del país se salva del ojo crítico. En buena hora. En democracia no hay temas tabúes, ni personas e instituciones que estén fuera del escrutinio público.

Y aunque las críticas son de todo tipo (desde la guerra de egos de los rostros hasta cierta mirada condescendiente hacia las personas discapacitadas), hay dos especialmente fuertes: el rol del Estado y el lugar de las empresas.

La primera, articulada desde nada menos que las Naciones Unidas, cuestiona que el Estado abdique de su deber de rehabilitar a niños discapacitados, entregando esa responsabilidad a una fundación privada. En un informe relativo a la Teletón de México, la ONU muestra su preocupación porque “buena parte de los recursos para la rehabilitación de las personas con discapacidad del Estado sean administradas por un ente privado como Teletón”.

No estoy de acuerdo. Hay muchas áreas en las cuales los privados llegaron antes que el Estado, y si cumplen esa labor de forma satisfactoria y eficiente, no veo por qué evitarlo en aras de la pureza ideológica. Citando un viejo lema británico: “si no está roto, no lo arregles”. Y la Teletón chilena, con su atención de excelencia disponible para niños de todos los estratos socioeconómicos, a un costo bajo para el Estado, no está para nada rota.

Por supuesto, si la Teletón no existiera, el Estado tendría que hacerse cargo de su función. Pero existe, y es un gran aporte. Tal como los Bomberos cumplen una tarea que de otro modo tendría que ser estatal. Sin duda, el control de los incendios es una responsabilidad pública. ¿Deberíamos entonces estatizar a los bomberos para convertirlos en funcionarios públicos, que brinden el mismo servicio que hoy, pero a mayor costo para el Fisco? Claro que no. Sería absurdo. Lo mismo corre para la Teletón. El Estado hace bien al subsidiar y apoyar a una obra privada que cumple un rol de bien público.

Una crítica mucho más válida tiene que ver con el rol de las empresas en la campaña. Su aporte, como el de todos los chilenos, es bienvenido. Por supuesto, ellas colaboran no sólo por fines altruistas sino porque hacen una inversión rentable en su imagen. Y eso no tiene nada de malo, salvo cuando se llega a extremos como condicionar su ayuda a cumplir alguna meta de consumo, convirtiendo una cruzada solidaria en una chocante carrera por devorar más hamburguesas o comprar más productos (atendiendo las críticas, este año la Teletón se comprometió a cambiar estas pruebas de consumismo por otras con sentido social).

El problema se da cuando las empresas dejan de ser sólo colaboradores y se convierten al mismo tiempo en los dueños de la campaña. Como muestra esta gráfica de Poderopedia (http://blog.poderopedia.org/post/103040015785/el-poder-detras-del-directorio-de-la-fundacion) el directorio de la Fundación Teletón está dominado por representantes de grupos económicos que al mismo tiempo tienen a sus empresas como auspiciadores del evento.

Eso no es sano, porque contamina con los intereses de los grupos económicos las decisiones de la fundación. Cuándo esta toma alguna resolución, el interés de los niños y sus familias debería ser el único relevante. La actual composición del directorio no garantiza aquello.

Además, prolonga un monopolio que no ayuda a la Teletón. Las marcas “históricas”, las que primero entraron a la campaña, y que pertenecen a los conglomerados representados en el directorio, mantienen la exclusividad. Si una bebida, un detergente o una tienda de retail quiere convertirse en patrocinante, no puede hacerlo, porque el cupo está reservado para los “históricos”.

Eso no es transparente, igualitario ni provechoso para nadie, salvo para el beneficiado por el monopolio. Lo lógico sería licitar esos espacios entre las marcas interesadas y que lo gane la empresa que más plata ofrezca.

No sólo aumentaría la recaudación. Además, podrían exigirse ciertos requisitos para participar en esa licitación; por ejemplo, integrar a un cierto número de trabajadores discapacitados o demostrar que las instalaciones de la empresa son accesibles para ellos.

En el balance, yo no tengo dudas. La Teletón es una obra admirable y el trabajo de sus profesionales con los niños es un orgullo para todos los chilenos. Pero una licitación transparente de las empresas que participan, junto a una reformulación de su directorio, para que represente menos a los grupos económicos y más a la sociedad entera, sería un gran paso para cumplir de verdad su lema de este año: “Teletón Somos Todos”.

Por Daniel Matamala, conductor de CNN Chile

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