Por Fernando Paulsen
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Hoy me encontré con Jaime Fillol. Lo vi y retrocedí emocionalmente 47 años, a cuando hacía mi práctica de deporte en el diario El Mercurio y me mandaron a reportear la final de la Copa Davis entre Chile e Italia, mi primer trabajo periodístico.

No tengo idea de qué pensaba Fillol de la dictadura de entonces o sí coincidían sus ideas con las de Pato Cornejo. Lo que sí sabía es que ambos, más Belus Prajoux, harían lo indecible para intentar hacer de Chile el campeón.

También pude conocer a Carlos Cazselly, que tenía un punto de vista bastante conocido, y a Tito Fouillioux, Leonel Sánchez, y a los dos mejores defensas laterales derechos que vi en mi vida, uno de Colo-Colo, Mario Galindo, y uno de la Universidad Católica, Gustavo Laube. Eran rivales en el campeonato local, pero a la hora de la selección buscaban el resultado que dejaba satisfechos a todos, eran figuras en lo individual y eran chilenos en lo colectivo, entendían que se ganaba con el talento de toda la selección, independiente de lo que cada cual pensaba individualmente, y eso hace al deporte colectivo un motivo de orgullo patrio.

Si pudiéramos hacer lo mismo con las tareas políticas; Una nueva Constitución, leyes que nos sirvan a todos, pensar en lo que hay que hacer como si se estuviera en una selección nacional y no solamente en un partido político.

Quizás la magia de Fillol, Cornejo, Cazselli, Tito, Leonel, Elías, Quintano, del Colo-Colo del ’91 y la selección campeona de América abriría las puertas para pensar más en términos de selección que de club y buscar el bien de la enorme mayoría, ya que fijarse solo en lo propio no pasa la primera vuelta, no te lleva a una final histórica ni te hace levantar frente al país ninguna copa.

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