Por Mónica Rincón
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El fin no justifica los medios, esa máxima debería aplicarse también en El Salvador porque no es ético cualquier camino, porque no es eficiente en el mediano plazo y porque abre la puerta a los totalitarios.

El presidente Nayib Bukele ha decidido declarar la guerra a las pandillas pero el remedio puede ser peor que la enfermedad o igual de malo.

Sin duda la enfermedad es terrible, las pandillas cuentan con 70 mil delincuentes que hasta ahora estaban a raya gracias a un corrupto pacto secreto que le daba popularidad a Bukele y mejores condiciones carcelarias, o la posibilidad de no ser extraditados, entre otros beneficios a los pandilleros.

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Pero el pacto se rompió, algo pasó y estalló la violencia: 78 muertos en 48 horas, el periodo más violento desde el fin de la guerra civil.

Nayib Bukele que ya maneja a su antojo el Congreso, declaró Estado de Excepción y con ello logró poderes, justamente, excepcionales que usa contra pandilleros pero también contra opositores.

Y no, no es tolerable ni aceptable amedrentar a los pocos jueces que no controla, ni tampoco amenazar con castigos que violan los derechos humanos, que aunque suene mal o moleste, derechos que tienen todos, garantías que deben respetarse a todos por el simple hecho de ser personas no por ser buenos ciudadanos.

No es necesario dar un golpe de Estado para terminar acabando con una democracia, no basta con llegar al poder a través de una elección limpia, la forma en que ejerces el poder es un requisito indispensable para ser considerado o no un demócrata. 

Muchos aplauden el intento por destruir a las pandillas, mirando para el lado cuando se cuestionan los medios usados, bueno cuando miren al frente puede que ya sea tarde y la democracia sea cosa del pasado.

Como alguien dijo el riesgo es que finalmente una vez más hayan más cadáveres y menos democracia. 

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