Por Mónica Rincón
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Cuando encierras a tus opositores en la cárcel, muy popular no eres. La pantomima de elecciones en Nicaragua ha demostrado lo que ya anunciaban las encuestas: que a Daniel Ortega a penas lo respalda el 20% de la población y que casi el 70% votaría por cualquier candidato que no sea él.

Pero no pueden porque, o a proscrito sus partidos o los tiene arrestados con la excusa que sea. Mentira que cada pueblo tiene el régimen que decide, ellos tienen el que pueden.

Porque, por ejemplo, aunque el apoyo a Ortega haya bajado, él posee todo lo necesario para imponerse a sangre y fuego. Nada, o muy poco, queda del sandinista que botó a los dictadores Somoza.

Perdió las elecciones ante Violeta Barrios el 90 y ya el 2006 arregló con un corrupto Arnoldo Alemán bajar las barreras para salir en primera vuelta y, desde entonces, ha ido destruyendo la democracia en su país.

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“Su país”, porque suyo fue el respaldo del mundo empresarial y de la Iglesia Católica durante muchos años. Suyo es también el Tribunal Electoral. Se suman muchos medios de comunicación, el Ejército, los jueces y la Asamblea Legislativa.

¿Qué puede hacer la oposición y qué hará la comunidad internacional, además de desconocer la gran mayoría de los comicios?

Que no se escuden los cercanos ideológicos en la “no injerencia” o “no intervención”, puesto que ese principio solo incluye no intervenir militarmente y no dañar a la población civil, pero la no intervención no es sinónimo de complicidad, indiferencia o inacción. Frente a una dictadura, de izquierda o de derecha, nadie puede callar.

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