Por Mónica Rincón

Empezó en 1994 como una distribuidora de libros a domicilio en el garage de una casa, hoy su cotización en bolsa (US$ 1,7 billones) es mayor que el PIB de España. Amazon, del magnate Jeff Bezos, como todas las grandes tecnológicas, dominan nuestra vida digital: Comercio, tiempo de ocio y de trabajo, nuestras relaciones, la información. Todo.

Crecieron y mucho, pero con pocas reglas. Empujaron la economía, pero también asfixiaron a competidores. Revolucionaron nuestra vida para bien, pero también desafiaron la convivencia. El Congreso de EE.UU. dijo que desde el tiempo de los magnates del petróleo y los ferrocarriles que no se veía algo así.

Entonces, este no es solo un problema de faltas a libre competencia, también son Estados muchas veces débiles enfrentando a estos gigantes que además no tienen fronteras en sus operaciones y, por tanto, no tienen límites en su poder.

La democracia es la que está en juego. Porque la democracia son las elecciones en los datos que manejan las gigantes tecnológicas y que se han usado en distintas ocasiones por distintos grupos para tratar de influir en sus resultados.

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Pero la democracia es también la convivencia cívica, debate público y la capacidad de las autoridades para hacer leyes que moldeen la sociedad según lo que los ciudadanos decidimos. Sin embargo, los incentivos son a polarizarnos, a crear algoritmos que nos mantengan pegados a las pantallas, porque mucho más que de libros o zapatos, es de datos de lo que viven las mega empresas. De tus datos, de mis datos, que les permiten perfilarnos y vendernos desde ropa a candidatos o ideologías.

No todo puede tener precio. Nuestra privacidad no puede ser moneda de cambio. Esta no es tarea de un Estado, es tarea para que muchos países juntos, como lo he hecho la Unión Europea, seriamente intenten al menos limitar el poder. Por algo la democracia se basa en dividir poderes para así limitarlos: Porque toda concentración excesiva es un peligro de abuso.

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