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Un país que mata periodistas no es un país seguro. Esa fue consigna que más se escuchó esta semana en las marchas que exigían justicia para los tres periodistas asesinados solo este año en México, que es el país más peligroso para ejercer la profesión en todo el mundo, según Reporteros Sin Fronteras.

La última víctima Lourdes Maldonado, le había advertido en 2019, al presidente Andrés Manuel López Obrador que su vida corría peligro, pero no fue suficiente y fue asesinada este domingo.

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Cinco días antes, el fotoperiodista Margarito Martínez, recibió un disparo en la cabeza al igual que Maldonado.

La indignación ciudadana contra esta espiral de violencia no ha logrado cambiar el curso de esta crisis, que hace décadas golpea a México. La impunidad de estos crímenes es lo que más impresiona.

No solo contra los periodistas, contra las mujeres, contra niños, contra inocentes que sin quererlo son arrastrados a esta violenta espiral, que no solo tienen al crimen organizado como protagonista, sino que a la corrupción de autoridades y fuerzas de seguridad.

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Falló Vicente Fox, falló Felipe Calderón, falló Enrique Peña Nieto, y está fallando Andrés Manuel López Obrador, con su política de abrazos y no balazos.

Pero también hay otro país que debe hacerse responsable por este escenario. Estados Unidos, el principal mercado de droga de los carteles mexicanos y el principal distribuidor de armas hacia la frontera sur. Hasta ahora ninguna de sus gobiernos tiene pistas para salir de este laberinto de inseguridad.

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