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Hay veces que todo se ve oscuro, difícil pensar en salidas civilizadas a tantos problemas. Sin embargo, en medio de rivalidades cada vez más duras, cuando el mundo vuelve a estallar en guerras, cuando los “condoros” oficiales y la intolerancia opositora parecieron conducir a un choque frontal o a la construcción común de nada, he aquí que de pronto se producen eventos que parecen propios de un país empático, racional y eficiente. 

Las 40 horas, por ejemplo, hace menos de un año estaban perdidas como proyecto de ley. La semana pasada fueron aprobadas por unanimidad en el Senado y ahora debe votarse en la Cámara.

El proyecto “Yo cuido, yo estudio”, para proteger educacionalmente a los alumnos que deben cuidar familiares y por eso faltan a clases, fue aprobado también por unanimidad la semana pasada en la Cámara Baja.

¿Cuáles son las lecciones de esos proyectos que concitan unanimidad o altísima votación, cuando pareciera que priman los egos de derrotar al Gobierno donde sea o fortalecer una imagen propia del parlamentario, parlamentaria, calculando lo que a él o ella le conviene más, importándole un “bledo” lo que le convenga al país?

¿Cómo no poder sacar lecciones de lo que se hizo para lograrlo? En vez de farfullar “mala leche” eterna contra el adversario, habría que estudiar lo que funciona, los espacios para ceder, si se necesita, dónde está lo líquido o gradual y lo intransable. Y ver si, entre espacio, hay voluntad de hacer historia de todos y no solo de egos.

Se ha hecho antes, se acaba de hacer. Aun con disputas políticas, se ha valorado la fuerza del diálogo para gestar proyectos de ley que todos aprueban.

Si no hay lecciones que sacar de ahí para consensuar proyectos futuros, entonces juéguense las leyes al cara o sello. Es más honesto y menos costoso.

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