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Hace un siglo comenzó la crisis del salitre. La invención del salitre sintético y el fin de la Primera Guerra Mundial marcaron el inicio de un ocaso que derrumbó a nuestra economía, en que la mitad de las exportaciones eran ese nitrato.

Los efectos fueron devastadores: las salitreras se conviertieron en pueblos fantasma, decenas de miles de personas quedaron abandonadas a su suerte en ciudades callampa y cités en Antofagasta y Santiago, y comenzó una honda crisis política con más de una década de continuos golpes de estado y revueltas.

Por supuesto, el Chile de hoy es muy distinto al de 1918. Pero hay un elemento en común: seguimos teniendo demasiados huevos en una sola canasta. Ayer fue el salitre, hoy es el cobre, que representa el 44% de nuestras exportaciones.

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Se habla del boom viñatero y de cómo el litio podría ponernos a la cabeza de la promisoria industria de la electromovilidad. La realidad es que el vino representa el 3% de nuestras exportaciones. Las baterías eléctricas, son el 0,0027%.

El cobre es un recurso no renovable. Tarde o temprano va a ser reemplazado, se acabará o se volverá muy caro de extraer. Más importante que eso: hoy las ideas valen más que los recursos naturales. Silicon Valley supera a los pozos petroleros como fuente de riqueza.

Eso no es el futuro, es el presente. Hace 6 años, la petrolera Exxon era la empresa más valiosa del planeta. Hoy son Apple, Amazon y Google por valor bursátil.

La OCDE en su último informe, dice que Chile debe diversificar su economía hacia actividades no relacionadas con los recursos naturales.

La pregunta es si, tal como hace un siglo, volveremos a tropezar con la misma piedra.

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