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Hace menos de 2 años Carabineros era la institución más confiable de Chile.

Con un 77% de aprobación para la mayoría de los chilenos la policía uniformada era sinónimo de honestidad en la lucha contra el crimen.

Entonces, se conoció el fraude masivo bautizado como Pacogate, la conspiración para inventar evidencia conocida como Huracán, y el asesinato de Camilo Catrillanca.

Hoy apenas el 39% de los chilenos evalúa positivamente a Carabineros.

Hasta el presidente Piñera, que le había brindado un apoyo total en sus primeros meses en La Moneda, decidió distanciarse y ahora emplaza públicamente a la policía uniformada a que “digan la verdad”.

Las autoridades civiles tienen una gran responsabilidad, por décadas, fueron cooptadas y dejaron de cumplir su rol de vigilancia civil sobre los uniformados, un descuido que tuvo su momento más patético en los últimos meses del gobierno de la presidenta Bachelet.

Entonces, carabineros manipuló evidencia, se opuso por la fuerza al cumplimiento de órdenes judiciales y acusó a la fiscalía de amparar delincuentes, sin que el poder civil fuera capaz de lo mínimo: pedirle la renuncia al general director.

Claro, era más popular ponerse en la foto con Carabineros que fiscalizar su uso de las platas fiscales.

Rendía más el discurso de mano dura que la revisión de los procedimientos policiales.

Hoy ya no es posible tapar la verdad y ella nos remece día a día con evidencias de una cultura extendida de secretismo, mentiras y corrupción en las filas de una institución que es fundamental para el país.

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