Por Mónica Rincón
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Las redes sociales son, lo sabemos, un elemento que ha cambiado la forma en que nos relacionamos. El celular nos acompaña como una extensión de comunidades virtuales.

En su lado positivo las redes sociales permiten una forma de comunicación horizontal en que todos pueden expresarse.

Permiten poner temas que no están siendo relevados, temas que los medios no hemos sido capaces de detectar o valorar en su real dimensión. Obligan a autoridades a pronunciarse sobre asuntos que prefieren evadir y denunciar por ejemplo en estos días desde casos de abusos policiales, de violencia contra un pequeño comerciante o urgencias sociales.

Pero las redes sociales no son sólo virtud. A propósito o desde la liviandad, también se usan para expandir hechos falsos que son amplificados a un nivel en que es imposible desvirtuarlos. Y se crean verdaderas tribus que buscan en estos grupos la confirmación de sus gustos, miedos o prejuicios.

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¿Es la censura la solución? No, nunca debe serlo. ¿Es la regulación? Sí, pero sólo en parte. Prohibir por ejemplo la transmisión en vivo de masacres como se hizo en otros países parece lógico.

¿Y los medios tradicionales? Creo que es clave tomarnos en serio eso de ser voz de los que no la tienen. No buscar incomodar, pero no dejar de hacer una pregunta porque vaya a cuestionar al poder, venga de donde venga.

Jamás renunciar a jerarquizar con criterios periodísticos en pos de más clicks.

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Pero clave es que cada persona asuma que no podemos ser cómplices por acción ni por omisión de ataques cobardes, muchas veces desde cuentas anónimas. Que cuando aprieta una tecla genera un efecto.

Que ni en el mundo digital ni en el análogo es un valor “tolerar” la diferencia sino valorarla. Porque a la democracia se la ataca también cuando
se deshumaniza al otro o cuando se condiciona el respeto a su dignidad o derechos a que me parezca una buena persona o una con la que me
identifico. Porque lo que hay que formar son comunidades y no tribus.

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