Por Mónica Rincón
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“El mercado de los medicamentos opera en Chile de la misma forma que cualquier otro mercado de consumo masivo en que se compite por marcas, como los automóviles”. No lo digo yo, lo dice el Fiscal Nacional Económica (FNE). Lo que millones de chilenos agregarían es que no puede ser, que basta ya.

Cuando la rentabilidad de los laboratorios es del 52% y la de farmacias 40%, es que claramente hablamos de márgenes que exceden todo lo razonable.

Las causas son varias: la cantidad de US$200 millones que dedican los laboratorios a publicidad, su relación con visitadores médicos y doctores, la constante de no poner bioequivalentes a disposición de los chilenos. Y, no hagamos la vista gorda, tal como incluso el ministro de Salud denuncia, también ha influido el lobby feroz de los laboratorios para impedir que se legisle o para que se haga, pero sin arruinarles el tremendo negocio que tienen.

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Asesores de las farmacéuticas dictando indicaciones o artículos en el Parlamento, parados detrás de los legisladores según testimonia -entre otros- Mañalich, es algo inadmisible, una práctica de la que supimos también por ejemplo en la Ley de Pesca, con los resultados por todos conocidos.

Porque aunque muchos de quienes los venden se comporten como si comerciaran un producto cualquiera, los remedios no son autos ni joyas, aunque acceder a ellos muchas veces sea un lujo.

Hoy se tramita la ley de Fármacos 2, hoy se plantean medidas por parte del Gobierno. Pero hoy me parece indispensable que, si no funcionan, el camino es uno: fijar precios máximos, porque simplemente ni la salud ni el bolsillo de los chilenos aguantan más.

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