A algunas les ponía apodos desagradables de niñas, otras han contado que papás de compañeras las mostraban como una mala influencia por poco “femeninas”. Si no de pequeñas, seguro de grandes, las jugadoras de la selección femenina de fútbol han tenido que luchar contra el machismo.
María José Rojas en el equipo Universidad de Chile tenía que entrenar en un estacionamiento sin focos mientras los hombres y niños usaban canchas apropiadas. Hoy aplaudimos a la talentosísima Christiane Endler, la misma que el año pasado denunció que las hacían viajar 12 horas en económica para competir en un país con 9 horas de diferencia. Mientras no sólo los jugadores, sino que el personal de la ANFP, lo hacía en ejecutiva.
Cuando en la Copa América se anotaron un triunfo tras otro y clasificaron ellas sí al mundial, tuvieron que soportar que las llamaran por el nombre de jugadores chilenos famosos con sus características: es la Alexis, es la Vidal. Y con razón exigieron que se les dejara de decir la “Rojita”, porque no eran niñas y no eran menos.
Hoy perdieron frente a Suecia, pero nos han hecho ganar y mucho. Porque no sólo fueron, sino que son capaces de enfrentarse a la adversidad y de correr los límites de lo posible. Porque gracias a ellas una niña en Chile ahora puede soñar con ser futbolista profesional.
Aunque, claro, aún a nuestras seleccionadas les exigen jugar como profesionales, pero pocas pueden dedicarse a su pasión. Buena parte entrena y estudia o trabaja además de asumir más tareas que sus parejas en el hogar.
Se ha avanzado, sí, pero falta mucho. Son las herederas de equipos que ni conocemos, como Las Atómicas y Las Dinamitas, herederas del esfuerzo de esa primera selección femenina de 1991. Equipos que lo dieron todo en la cancha, pero que hemos olvidado. Porque para ellas y para muchas, aún la cancha no es pareja.
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