Por Mónica Rincón
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Privilegio. No hay nada más odioso, porque en una democracia entendemos que todos los ciudadanos deberíamos ser iguales ante la ley. Cuando una garantía no tiene sentido o quien la recibe no parece merecedor de ella, entonces pasa a verse como un privilegio.

Es lo que sucede hoy con el fuero parlamentario, o sea, la imposibilidad de formalizar a un legislador sin antes ser desaforado, que ya en 2015 el entonces presidente de la Corte Suprema -Sergio Muñoz- pidió eliminar. Como varios legisladores no digamos que han prestigiado su cargo, la opinión pública, en vez de verlo como una protección para que trabajen libres de presiones, lo mira como un privilegio que suman (con o sin razón) a altos sueldos, gastos operacionales y viáticos pagados con dinero público.

Parece además innecesario, porque el fuero los protege frente a cualquier delito como manejar en estado de ebriedad, robar o cohecho. O sea, no sólo en las faltas que comentan en virtud de sus cargos.

Hoy es más innecesario todavía, porque el nuevo sistema judicial tiene muchas garantías para el imputado y porque dicho fuero implica no poder siquiera comunicarle a un diputado o senador por qué cargos se le investiga a menos que él voluntariamente asista a la formalización.

Pero hay otro concepto que sí hay que preservar: la inviolabilidad parlamentaria; que no se les pueda perseguir por lo que dicen en Sala. Porque es necesaria para que debatan con libertad, para que cuestionen a los otros poderosos, para que planteen dudas o sospechas que hagan reflexionar, en definitiva, para que nos representen bien y libres.

Claro que para que esta inviolabilidad se vea como algo que fortalece la democracia y la labor de fiscalización que en ella deben ejercer los congresistas, es indispensable que hagan buen uso de esta garantía: que no abusen, que no la utilicen para denostar a otros en la impunidad ni para buscar segundos de fama en denuncias al voleo.

Y claro, es también indispensable que dignifiquen la política como una labor noble, que sean la voz de los que no tienen voz y no la de sus propias ambiciones.

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