Por Matilde Burgos
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No son pocas las veces que, mirando nuestra realidad y nuestros debates, se me viene a la mente la escena del hundimiento del Titanic: cuando la orquesta sigue tocando, mientras el barco comienza a hundirse.

La devastación que el cambio climático está generando en el planeta es una de las más grandes e irreversibles. Si hoy comenzamos a emitir menos gases derivados de los combustibles fósiles, no es que vayamos a volver a lo que teníamos a principios del siglo 20, ni siquiera a principios de éste, sino que vamos a evitar que la debacle sea de tan grandes proporciones.

Si hoy seguimos contaminando de la misma manera, la temperatura del planeta seguirá subiendo más allá de los 2 grados que se había prometido no superar. Podría subir incluso 3 grados.

¿Qué significa? Que Chile seguirá desplazándose hacia el sur en materia agrícola, mientras el desierto avanzará sobre el valle central; que en el mundo el nivel de los océanos continuará subiendo con proyecciones de casi un metro de alza hacia finales de siglo; que ciudades y países completos van a desaparecer bajo el agua, lamentablemente gran parte de ellos muy pobres, con millones de desplazados. Y, ¿qué significa eso? Que si hoy la migración la generan conflictos bélicos y políticos, en no pocos años lo generarán las inundaciones, con masas humanas migrantes que no imaginamos, menos sabremos cómo administrarlas.

Y mientras hay líderes que por intereses económicos se nieguen a aceptarlo, hay otros, que por las razones que sea, han decidido liderar.

Puede que la organización de la cumbre medioambiental más importante del planeta le cueste a Chile 35 millones de dólares, pero hay veces en que los gastos se hacen por principios, más allá de lo que cuesten.

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