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Con muchas expectativas, y muchas más – seguro – de las que había en el mes de enero cuando un padre Francisco asistía a misas con poca asistencia con un país escéptico a una Iglesia que después de tantos años de haber conocido acusaciones de abusos había hecho oídos sordos… era un secreto a voces que algún tipo de protección había. Que las denuncias estaban y habían sido acalladas. Un visita tibia y breve, pero que finalmente, terminó extendiéndose en tiempo y espacio.

El próximo martes 12 llegan a la diócesis de Osorno los enviados del Papa. Y por qué ahí, porque es el lugar que más ruido, molestia, y críticas causó cuando se conoció la noticia de que venía el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica a Chile. Un Papa que el último día de visita en el norte pidió pruebas contra el Obispo Juan Barros, quien no se perdió actividad alguna.

Cuando al Pontífice le avisaron que las pruebas las tenían sus cercanos, entonces se vino esto y más: los enviados a Chile, los abusados convidados por él mismo al Vaticano, el llamado posterior de la Conferencia espiscopal completa a Roma -con un trato muy distinto que les dieron a los huéspedes anteriores allá- y sus cargos a disposición.

Todo indica que los cambios ya tienennombre y apellido y se concretarían la próxima semana. Y eso es bueno y necesario.

Por fin después de casi medio siglo para muchas víctimas se viene la justicia, por lo menos la simbólica, porque mientras no haya condena canónica, civill ni menos penal (por la prescripción) para los abusadores no habrá castigo real.por más que ahora suene la salida del mismísimo Barros y al menos otros seis obispos.

Hasta el 19 de junio Monseñor Charles Schicluna y Monseñor Jordi Bertomeu  permanecerán en Chile, un Chile que cambió en estos últimos 5 meses. que siguió conociendo abusos y denuncias que cruzaron el territorio y no distinguieron género ni congregaciones, sólo que aparecieron con la esperanza de que los cambios se vengan, se concreten y se conviertan en justicia.

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