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“Cada vez que la dejamos pasar, dejamos abrir una grieta”: Sebastián Aguirre y la advertencia tras el asesinato de una congresista en EE.UU.

“Cada vez que la dejamos pasar, dejamos abrir una grieta”: Sebastián Aguirre y la advertencia tras el asesinato de una congresista en EE.UU.

El periodista y conductor de CNN Chile Radio compartió una reflexión sobre cómo la violencia política erosiona la democracia, incluso antes de que nos demos cuenta.

La democracia no desaparece de un día para otro, no muere —al menos no en estos días— con golpes estruendosos como ocurría hasta hace algunas décadas. Se desgasta, esta vez lentamente, gota a gota, se va corroyendo silenciosamente cuando dejamos pasar lo que es inaceptable.

Y es duro constatar cómo hoy la violencia política no solo se transforma en una herramienta más común, sino que llega a ciertos extremos que son infames. Este fin de semana, una congresista estatal de Minnesota, Estados Unidos, fue asesinada junto a su marido. Otro resultó herido en un segundo ataque perpetrado por el mismo sujeto.

El tipo ya fue detenido y, según CNN, habría tenido en su poder una larga lista de otros objetivos políticos.

Una señal, otra más, de la deriva que ha ido tomando la política norteamericana desde hace casi una década, y de la deriva en la que puede entrar también la convivencia política cuando esta se va deteriorando rápido, a veces de forma imperceptible. Se cuela en los discursos primero, en las redes, en las calles.

Lo que antes se consideraba un límite ahora se relativiza: el insulto a quien es tu rival, la amenaza a la libertad de expresión, el trabajo de los medios, la funa pública y el asedio directamente. Incluso el uso del miedo como herramienta política.

Distintos politólogos lo han planteado en sendas tesis. El libro *Cómo mueren las democracias* ha sido el más popular, pero muy preciso y en ciertos sentidos incluso premonitorio respecto de lo que puede ir ocurriendo cuando se corren ciertos cercos.

Pero no podemos acostumbrarnos. No podemos normalizar lo que hiere la democracia en su base más profunda, que es la amistad cívica: esa convicción de que podemos convivir incluso en desacuerdos, sobre todo en el contexto actual.

Las redes sociales han ido amplificando los extremos. Se visibiliza más el escándalo y se invisibiliza cualquier matiz, donde el otro deja de ser adversario y se vuelve enemigo.

A eso se suma el avance del crimen organizado, que ya no solo desafía al Estado en los márgenes: va corrompiendo instituciones, amedrenta candidatos y disputa territorios con violencia, como lo hemos visto por largo tiempo en zonas como México o Colombia.

Y mientras tanto, la polarización crece. Se instala la idea de que solo hay dos bandos: los buenos y los malos, en una lógica binaria que es la antesala de escenarios de los que luego cuesta muchísimo salir, y que algunos actores políticos, por conveniencias de corto plazo, están dispuestos a abonar.

Estamos muy lejos de esos escenarios dramáticos en Chile, dirán algunos. Pero cuando crece la desafección con la democracia, es importante levantar las alertas a tiempo, antes de que sea demasiado tarde. La historia está llena de ejemplos que muestran cómo empieza este deterioro. Lo difícil es saber cuándo es demasiado tarde para revertirlo.

La democracia no se defiende sola. Y para eso se requiere entonces coraje cívico, reglas claras y también decencia en el debate público, sobre todo en un año electoral como este. No se trata de ser neutrales; se trata de ser firmes frente a la violencia. Porque cada vez que la dejamos pasar, dejamos abrir una grieta que mañana podría ser irreversible.