Por Bruno Delgado
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La década del 2010 del cine chileno está marcada por su desembarco en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, los encargados de entregar los premios Oscar. En 10 años pasamos de no tener ninguno a poseer dos galardones, tres nominaciones y estar presentes en las listas de los mejores filmes del año.

Hablamos de Una Mujer Fantástica, Historia de un Oso y No, trabajos que le abrieron las puertas a las producciones nacionales en el mercado de EE.UU. con historias apreciadas por la crítica internacional y que triunfaron en festivales como el de Venecia, Berlin o Sundance.

En 10 años, el cine chileno se posicionó en portadas de medios especializados como Indiewire (donde tiene una debilidad por Pablo Larraín), Entertainment Weekly, The Hollywood Reporter y Variety, y los directores nacionales se ubicaron al lado de grandes de la industria.

Cineastas como el mismo Larraín, Sebastián Lelio, Gabriel Osorio, Sebastián Silva, Matías Bize, Alejandro Fernández Almendras, Miguel Littin, Andrés Wood, Marialy Rivas, Maite Alberdi, Dominga Sotomayor, Silvio Caiozzi y Claudia Huaiquimilla destacan entre quienes atrajeron el interés por lo que se estaba haciendo en Chile durante los últimos años con mayor fuerza.

Pero sin duda fueron los dos directores de la productora Fábula, Larraín y Lelio, quienes lideraron la consolidación de nuestro cine como una de las voces y miradas frescas dentro de la escena mundial. Y si queremos establecer un hito, éste sería la nominación de No a los Oscar 2013.

Créditos de entrada

Antes de que la historia protagonizada por Gael García Bernal sobre el triunfo del No en 1988 llegara a la terna final en la categoría de Mejor Película de Habla no Inglesa de los Oscar 2013, Miguel Littin ya tenía dos nominaciones a esta categoría, Actas de Marusia (1975) y Alsino y Cóndor (1982), pero ambas películas compitieron por México y Nicaragua.

Mucho más recientes fueron las nominaciones del cineasta chileno-español Alejandro Amenabar por Mar Adentro (2004) y del director de fotografía Claudio Miranda con El curioso caso de Benjamin Button (2009) y La vida de Pi (2013). Y si bien sus biografías están entrelazadas con nuestro país, sus carreras han sido en el exterior y son poco o nada representativos de la salud de la industria local.

Estas están lejos de ser las únicas incursiones en las premiaciones internacionales del cine nacional, pero sí una muestra de que eran logros y esfuerzos tan esporádicos como personales. Pero fue con la nominación de la cinta de Larraín que se marca un antes y un después.

Hacerse un espacio en los Oscar no es solo un reconocimiento a la calidad cinematográfica, sino también la oportunidad estratégica para crear los lazos y vínculos con Hollywood y otros círculos de la industria. En 2013, el Oscar fue finalmente para Amour de Michael Haneke, pero permitió, después de muchos años, llevar el nombre de Chile, de Pablo Larraín y de la productora Fábula a la primera línea del cine. Un coqueteo que años más tarde terminaría en una celebración prácticamente nacional.

Presentación de personajes

Mientras seguíamos atentos al futuro de No, otra cinta empezaba a ganarse elogios tras ser exhibida en el Festival de Cine de Berlín: Gloria, de Sebastián Lelio y protagonizada por Paulina García, quien se quedaría con el Oso de Plata del certamen por su aplaudida actuación.

Si bien esta historia sobre una mujer divorciada que vive sus días de soltera en un convulso Santiago no alcanzó a entrar en los Oscar, sí dijo presente en varios debates sobre el rol de la mujer en el cine, por cierto, y en el país, en momentos en que el movimiento estudiantil por una educación gratuita y calidad seguía tomándose las calle casi de forma exclusiva.

De ese momento, la Berlinale, como también se le llama al festival, salió de los circuitos más cinéfilos y la prensa de forma transversal comenzó a ponerle atención y a tener un ojo en la delegación chilena que suele tener exponentes en competencia. Gracias a esto, ya no se hablaba solo de las cintas más taquilleras, sino también del circuito de festivales que suelen ser seguidos por los entendidos.

Así llegó en 2015 El Club, de Larraín, la que nos invitaba a convivir con un grupo de curas en una casa de retiro en la costa chilena por haber cometido atrocidades de las que prefieren no acordarse, aunque el silencio cómplice les dure poco. Por el tema que aborda y su Oso de Plata en el Festival de Berlin la película se hizo un espacio en la agenda y en la discusión pública tanto de forma local como en otros países.

Y cuando nadie se lo esperaba, un trabajo prácticamente artesanal deslumbró a la Academia en 2016. El corto de animación Historia de un oso de Gabriel Osorio, del estudio Punkrobot, se llevó el primer Oscar en la historia de Chile. Si bien quedará en los registros que es esta película chilena la primera en obtener una estatuilla, el circuito de cortometrajes no es aún disfrutado por un público masivo, por lo que se no se sintió como el triunfo que fue. Un preludio de lo que pasaría en 2018.

Clímax

El prolífico Larraín, quien en la década dirigió seis películas y estuvo, a través de Fábula y con su hermano Juan de Dios Larraín, involucrado en otras 10 en su rol de productor, estrenó dos títulos en 2016. Ambas historias tenían una gran carga en sus hombros, ya que exploraban a personajes icónicos a nivel mundial: Neruda y Jackie, la primera producción del director hablada en inglés y protagonizada por Natalie Portman.

Filmes que hicieron ruido tanto a nivel nacional como internacional. La primera abrió un debate sobre la figura del premio Nobel chileno al exponerlo un hombre obsesionado con su figura mítica, incomodando a parte del país que se niega a mirar directamente a los ojos al poeta y ver más allá de sus logros literarios.

En tanto que Jackie exploraba a la ex primera dama tras la muerte John F. Kennedy, dos de las figuras más trascendentales e icónicas del EE.UU. de mediados del siglo XX. Independiente de que la obra haya sido nominada a diversos premios en los Oscar y Globos de Oro, lo que no hay que perder de vista es que esta historia traumática para el país fue encomendada a un extranjero. Una muestra de confianza desde la industria con el cineasta.

Es con esos hitos que tras casi una década de Larraín armando puentes con el cine de Hollywood y Lelio obteniendo alabanzas en festivales, llegó el gran premio. En 2017 se estrenó Una Mujer Fantástica, una película que ayudó a visibilizar la demanda por los derechos de las personas trans. La Berlinale destacó su trabajo entregando el Oso de Plata al Mejor Guión en febrero. Y prácticamente un año después, en 2018, ambos directores se subieron a la tarima del Teatro Dolby para recibir el primer Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla no Inglesa para Chile.

Escena post créditos

Es sabido que los Oscar no solo es un reconocimiento al trabajo realizado, sino que una llave que abre puertas en la industria. De hecho, que un director extranjero sea reconocible por la Academia le da una gran visibilidad a su trabajo. Mientras todos apostábamos por la estatuilla para Una Mujer Fantástica, Lelio ya estaba trabajando en Disobedience, su filme protagonizado por Rachel Weisz y Rachel McAdams. Nuevamente un director chileno estaba cargo de una producción internacional. Y no sería la última.

Tras el éxito en los Oscar, Hollywood le confió a Lelio la dirección de Gloria Bell, la versión estadounidense de Gloria, producida por Fábula y protagonizada por Julianne Moore. Película que ha sido destacada entre las mejores del año por la revista Time, algo que también logró Larraín con Jackie en 2017 en la selección de la prestigiosa Cahiers du Cinema.

Justamente, Larraín este año también estrenó una película en la que volvía a poner sus ojos en Chile. Específicamente en las calles de Valparaíso: Ema con Mariana Di Girólamo y Gael García Bernal, quien ya es un recurrente en el trabajo del director.

La década del 2010 ha sido una en la que el cine chileno se abrió espacios por méritos propios más allá de Pablo Larraín y Sebastián Lelio,  pero fueron ambos los que tendieron los puentes de las producciones nacionales con una de las esferas más cerradas de la industria: Hollywood, el público estadounidense y los Oscar.

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