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“Ni una menos”. Bajo ese lema, esta noche mujeres marcharon en 22 ciudades de Chile. Un movimiento similar al que ya se extendía por Argentina, Brasil, Perú, México, Colombia y Bolivia en respuesta a horrendos casos de violaciones y femicidios. 

No por nada, 7 de los 10 países del mundo con mayor índice de asesinatos de mujeres están en América Latina. Pero esta violencia es sólo la expresión más extrema de una cultura machista con la que hemos cargado por siglos. 

Una cultura que valida socialmente estereotipos que rebajan a la mujer y le dan un rol subordinado a los deseos o necesidades de los hombres. Hoy en Chile, el 88% de las mujeres dice que ha sido acosada sexualmente. El 86%, que ha sido discriminada por su género. 

Eso es violencia cotidiana. Hay violencia, cuando una mujer recibe comentarios sexuales en la calle, y es doblemente violencia, cuando lo explicamos como un “piropo”. Hay violencia, cuando la evaluación de una mujer en el trabajo depende de su aspecto físico, y no de su capacidad profesional. Hay violencia, cuando se justifican agresiones sexuales por el estilo de vida de una mujer, por su vestimenta o por los lugares que frecuenta. Hay violencia, cuando el Estado obliga a una mujer a dar a luz engrillada, o cuando persigue penalmente a una víctima de violación, que ha abortado.  

Y es una violencia que todos debemos rechazar, mujeres y también hombres. Porque una sociedad que discrimina a más de la la mitad de la población es una sociedad que nos hace a todos, mujeres y hombres, menos libres, menos empáticos y menos felices. 

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