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El Presidente Donald Trump entregó anoche su primer Discurso del Estado de la Unión, el equivalente norteamericano a la tradicional cuenta pública del 21 de mayo en Chile.

Era un momento esperado, por el estilo controvertido, agresivo y extravagante del mandatario. Y si bien hizo un llamado a la unidad buscando “un terreno común”, eso fue apenas un espejismo opacado por críticas directas al Obamacare y otros mensajes de corte nacionalista.

Fue un discurso excesivamente optimista. Dijo que nunca hubo mejor tiempo para empezar a vivir el sueño americano.

Y además cayó en importantes imprecisiones sobre sus logros, por ejemplo en materia económica atribuyéndose la marcha de la economía que en realidad ha repuntado desde el mandato de Barack Obama.

Pero sobre todo fue un discurso que terminó ratificando los pilares más polémicos de su ideario. Soibre todo en materia migratoria. Dobló su apuesta por la construcción del Muro con México y aseguró que los norteamericanos también eran “soñadores”, en una provocactiva alusión a los llamados “dreamers”, los jóvenes indocumentados que llegaron siendo niños a Estados Unidos.

Por último, vinculó la migración al narcotráfico y el terrorismo. Y ratificó su política exterior al anunciar que mantendrá abierta la prisión de Guantánamo, que Obama cerró, y que modernizará el “arsenal nuclear, en un plan que podría llevar a una escalada de otras potencias que no quedarán indiferentes.

Nada nuevo, dirá usted. Cierto. Pero es reflejo de que la línea más dura del Presidente más controvertido de los Estados Unidos en décadas continuará. Lo que, a lo menos preocupa.

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