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Fueron 7 minutos: Natalia Compagnon leyó una declaración escrita, acompañada en silencio por su marido, Sebastián Dávalos, luego de que el tribunal nuevamente le negara el permiso para viajar fuera del país, y después que la fiscalía anunciara una nueva formalización en su contra, ahora por el delito de estafa. 

Compagnon disparó contra los fiscales, acusando que no han respetado la presunción de inocencia, que han filtrado información con descaro, y que han usado su caso en beneficio propio. Habló de un circo romano, en que no se respeta su dignidad. Incluso la nuera de la Presidenta apuntó a La Moneda, al mencionar los informes de la influyente asesora de su suegra, Ana Lia Uriarte a Caval, y quejarse de la falta de protección para ella del ministerio del Interior cuando fue agredida tras declarar en Rancagua.  

Compagnon tiene derecho, por supuesto, a expresar sus opiniones sobre el caso. Pero -más que acusar a fiscales que están haciendo su trabajo- debería entender que su situación deriva de sus propios actos. De su decisión de emprender una larga seguidilla de negocios al menos cuestionables, y de su decisión de no responder sobre ellos ante la opinión pública, tal como lo hizo nuevamente hoy, al leer un comunicado sin aceptar preguntas. 

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