Por Valeria Barahona

Contarte quién fui a los 19, cuando todavía faltaban siete años para conocerte, es lo que busco al darte este libro, Andrés. Que entiendas e imagines mi voz susurrándote aquel tiempo en que la vida era piscola, energética, vodka y ácido para atravesar la noche, ahora que estás en una playa en cuarentena y yo aquí, en la ciudad, recordando cómo deslizas la punta de tus dedos por mi columna mientras me hago la dormida.

Eso podría escribir hoy si volviera al taller de la Pepa Valenzuela, a quien leía cuando tenía 14 años en la Zona de Contacto, con su columna Grandes éxitos que, en sus palabras, “era un poco mi diario de vida”. Por eso fui muy feliz cuando a mis 27 comenzó a leerme y corregir. No recuerdo por qué, entonces, retrocedí a los 19, cuando tenía un blog (conce.cl) mediante el que conocía a hombres como el capitán Castillo: “‘Abre tus velas al viento y echa a volar tus alas a los estratos donde no hay arriba ni abajo, solo la presencia presente como un punto en el Universo’, anota en la libreta robada a mi cartera”, cuando nos reencontramos gracias a mis recuerdos desperdigados en clases.

“No cuento los vasos. Converso con un par de amigos que andan juntos. Dos páginas más adelante, deja una denuncia: ‘Me está hueviando y es la 1.24 am’. Le paso la yerba, los besos y las manos. Me firma el antebrazo derecho como quien se apropia de una pintura”, sigue el ingeniero al que le gustaba escribir, pero que cuando tomé el taller “Señoritas no tan señoritas” ya había comenzado a escalar montañas.

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Me sentía muy sola escribiendo, entonces pensé en invitar a otros a escribir conmigo. En 2014 empezó como taller de autobiografía, fue así hasta 2017, cuando volví a Chile y las cosas ya estaban un poco agitadas y se comenzó a hablar del feminismo: a los talleres siempre llegaban más mujeres que hombres, entonces le puse al taller ‘Señoritas no tan señoritas’ para llamar la atención, porque sabía que se iban a sumar más mujeres, aunque igual he tenido hombres bacanes”, dice Pepa Valenzuela mientras hojeamos el ebook Mujeres que escriben, una antología de quienes pasaron por su casa y las cantinas después de clases.

Gonzalo Maza dice que a los pájaros nadie les enseña a hacer un nido, así como contar historias es un rasgo homínido.
—Exacto. Y las mujeres contamos historias siempre, por eso se daba también esto de la tribu femenina, donde nos juntamos a aconsejarnos, a hacer ese ejercicio. Entonces yo les daba algunas lecturas, estímulos, porque eso te abre, te pone más creativa, te da algunas técnicas. (…) Para mí esto es también democratizar el conocimiento, porque (pese a que algunas veces las clases eran pagadas y llegaban personas de clase media alta, otras muchas veces fue gratis) tuve mujeres súper humildes, con faltas de ortografía o problemas de redacción, pero no importa, porque sus
experiencias de vida eran tan poderosas que escribían igual y eran bacanes sus textos. En un taller había una mujer de clase muy alta y otra que venía muy de abajo, y mi temor era que cómo se iban a leer cuando compartieran sus textos: siempre hubo un respeto muy grande, sin opacarse ni humillarse. La mayoría de los grupos después se siguen juntando (a carretear).

—A ratos me sentía como estar asomada a escondidas por una ventana, leyendo cosas tan íntimas, como una que cuenta que con otra hermana, cuando eran niñas, se robaron a la hermana recién nacida, las pilló la mamá y una dijo “vamos a tirarla a un pozo porque no la queremos”.
—Es un diario de vida colectivo. Hay autoras desde 16 hasta 80 años, personas con discapacidad física, mamás de la Teletón, escritoras como tú, la Victoria Valenzuela. (…) Hay muchas novelas y libros sobre mujeres, pero me gusta que acá hay 80 personas hablando sobre lo que significa ser mujer en el mundo sin que nadie lo explique desde un estrado, desde lo teórico, sino que la experiencia de vida en primera persona, sincera, honesta.

“Edité lo más respetuosamente para que no perdieran su gracia y sentido, así como la forma en que las autoras planteaban los temas”, sigue la Pepa o, legalmente, María Paz Cuevas, como aparecía en la malla de estudios de la Universidad Abierta de Recoleta (UAR), donde llegó Sandra Vilchez, quien falleció en octubre del año pasado, dejando sus textos a su pareja y su hijo pequeño. A ella está dedicado el ebook colectivo, cuyos derechos de autor serán destinados a financiar talleres para personas que no pueden pagarlo.

Porque “este libro es para cuando uno quiere hacerse un cariño, acurrucarse”, dice la también ex alumna de Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York (NYU), en Estados Unidos, que en sus talleres vio “cómo (mediante la escritura) la gente sanaba muchos temas. Familias distanciadas sobre las que mis talleristas escribían y luego alguien aparecía, pasaba algo y se reconciliaban. (…) Una no va por la vida contando sus dolores, pero en el taller sí y luego tienen que escribir sobre eso, entonces es detenerte y a la vez dejar la historia en otro lugar, como narrador en el texto. Eso te fortalece frente a lo que te haya pasado”.

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Otra compañera escribe “tal vez mi yo de 8 años estaría un poco decepcionada de lo que soy ahora. En sus planes quizás estaba sufrir un infarto cuando fuera viejita, no tener un cáncer en la preadolescencia. No estaba escrito tampoco que mis papás se separarían y que él desaparecería del mapa. Pero tampoco habría imaginado que sería capaz de superar todas esas pruebas”, mientras que otra, en honor a días más felices, “recuerdo haber pasado un día del niño en el Mall Parque Arauco, porque mi papá era guardia y así podíamos jugar con los juguetes en exhibición”.

U otra que confiesa “hace poco entré a un gimnasio que tenía un desafío: el que bajaba más de peso ganaba 500 lucas. (…) Pensé: esta sí es motivación, con esas lucas me voy de viaje. Bajé cuatro kilos, pero como tenía que ganar comí sólo frutas durante dos días, tomé diuréticos y laxantes. Después de que dijeron que no gané, me fui a pasar las penas a la Fuente Alemana”, mientras que una diagnosticada con trastorno límite de la personalidad (TLP) tiene “un descubrimiento aterrador: me gusta ser así. Me siento diferente”, pese a que el día es un huracán en alta mar, surcado por rompehielos diciendo “no eres suficientemente”. Sí, Andrés, yo también soy borderline.

—En el ebook vi algunos cambios de nombres de quienes fueron mis compañeras, las reconocí por
sus historias…
—Lo importante es compartir la honestidad de esa historia, y las que usaron otros nombres fueron pocas, porque hoy tienen que proteger a otras personas.

El próximo taller de Pepa Valenzuela será de escritura terapéutico: “Volver a casa”, aunque “no es una relación psicólogo-paciente, sino que con algunas herramientas cada uno va descubriendo su camino. Hace unos meses hice dos talleres para psicólogos y se llenaron” porque, al final, la terapia es narrativa.

Mujeres que escriben
Editado por Pepa Valenzuela (María Paz Cuevas)
Ebooks Patagonia
286 páginas
Precio de referencia: $8.000

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